El lunes se dio a conocer que, por segunda vez, Andrés Manuel López Obrador dio positivo a Covid. Si en el primer contagio el presidente se desapareció varios días, dando pie a todo tipo de versiones y especulaciones sobre su estado de salud, en este nuevo contagio el mandatario infringió flagrantemente las normas sanitarias más básicas y los principios humanitarios esenciales, al presentarse en público con síntomas de gripe y de posible Covid y a sabiendas de que había estado recientemente en contacto con una persona que dio positivo a la enfermedad, como fue el caso de la secretaria de Economía, Tatiana Clouthier.
Con síntomas de un resfriado desde el pasado domingo —según afirman fuentes muy cercanas a la Presidencia— y cuando dos días antes, el viernes, en su conferencia mañanera dijo que no se iba a hacer pruebas a pesar de su contacto con Clouthier, López Obrador no sólo apareció sin ningún problema en su rueda de prensa de cada mañana en donde estuvo en contacto con periodistas y colaboradores, sino que antes de llegar al Salón Tesorería esta mañana sostuvo su reunión diaria con el gabinete de seguridad, a la que asisten entre 4 y 12 asistentes cada día.
En ambos casos, el presidente sabía que sus síntomas de resfriado y gripe habían comenzado justo cinco días después de que se reunió con la positiva a Covid, Tatiana Clouthier, a inicios de la semana pasada. Y sabía también que desde el domingo por la tarde comenzó a sentirse mal, pero claramente no le importó la posibilidad de contagiar a otros.
¿Cómo entender que un presidente, el dirigente de los destinos de un país, que debiera ser el líder en el manejo de una pandemia para poner a salvo a sus ciudadanos, fue capaz de ocultar su malestar previo a las personas que se reunieron con él y poner en riesgo también a colaboradores y periodistas que estuvieron en el Salón Tesorería, un espacio cerrado y en el que ya habido un número importante de contagios entre los asistentes? No parece haber un entendimiento lógico para ello, a menos de que el dirigente en cuestión mienta y no le importe el bienestar ni la vida de las personas sino hacer que la gente lo reconozca y adore.
Si al presidente no le importaron sus colaboradores más cercanos y no se aisló ni se realizó una prueba al primer síntoma y tras su contacto con una persona que tiene Covid, ¿qué nos hace pensar que le importan el resto de los mexicanos que se han enfermado y muerto durante esta pandemia? La actitud del presidente parece explicar por qué su gobierno ha tenido un manejo tan errático y fallido de la pandemia y por qué han muerto tantos mexicanos —entre 300 mil que dice la cifra oficial y 660 mil que suman los cálculos y estimaciones extraoficiales— y otros tantos millones más han quedado con secuelas o en la ruina financiera por causa del Covid.
Y sí, se podrá decir que la vacunación “fue un éxito” y que, lento y a paso de tortuga, pero su gobierno logró beneficiar con las vacunas a la mayoría de la población, pero aún ese argumento palidece ante el inevitable beneficio político que tiene la vacunación y la apuesta de que los mexicanos, en agradecimiento a sus vacunas, votaran en favor de su partido político y le mantuvieran en sus altos niveles actuales la popularidad y aprobación presidenciales.
Así es que va quedando cada vez más claro que el presidente no apuesta más que por él mismo y por la continuidad de su proyecto político y que si acaso extiende esa protección hacia los suyos, tanto familiares como colaboradores, aunque no todos. Pero para el resto de los mexicanos, salvo los que alcanzan a recibir su apoyo mensual en efectivo, no habrá más que los discursos, las conferencias mañaneras y la retórica de una supuesta transformación que es más de palabras que de hechos. A esos, si se contagian, si les da Covid y si pierden su empleo, su negocio o de plano su vida, al presidente no le importa mucho.