No es casual el revuelo que ha generado el anuncio de Citi al poner en venta a Banamex. Ningún banco privado en México carga frente a la opinión pública nacional el peso simbólico que representa este banco, al menos por tres razones.
Primero, por el nombre. Banco Nacional de México es la marca financiera más cercana a una imagen vinculada al país mismo, al grado de que mucha gente no relacionada con la economía solía confundirlo con el Banco de México, la institución pública responsable del manejo de nuestra moneda. De hecho, en sus inicios, hace más de un siglo, este banco fue predecesor del banco central oficial, pues fungía como agente del gobierno federal en contratación de deuda externa, en materia de recaudaciones fiscales y emisión de papel moneda.
Segundo, porque se trata del banco privado de escala nacional más antiguo del país; fue creado en 1884 y muchas generaciones de mexicanos tuvieron su primera cuenta de ahorros y se “bancarizaron” a través de esta institución; durante décadas fue líder nacional y posteriormente disputó esa distinción a Bancomer.
Y tercero, porque ninguna otra institución privada llegó a vincularse con el patrimonio histórico cultural del país como lo hizo Banamex a lo largo del tiempo. Sus edificios coloniales y su impresionante acervo pictórico y en general artístico (más de 2 mil obras catalogadas) otorgan a la venta de Banamex una importancia sustantiva no solo en materia económica sino también cultural. Siendo como es, un tema destacado para la opinión pública, el anuncio de su venta no ha podido escapar a la polarización del momento político que vive el país.
La decisión por parte de Citi inmediatamente fue leída y divulgada en ámbitos antilopezobradoristas como si constituyese una respuesta de desconfianza o molestia frente a las acciones del gobierno de la 4T. En realidad no es así. En los últimos años Citi se ha venido desprendiendo de los bancos de primer piso a los que se había vinculado en otros continentes.
Los rendimientos accionarios del grupo han estado por debajo del promedio del mercado internacional y la queja de sus accionistas le habían llevado a deshacerse de los sectores en los que resulta menos competitivo.
Citi ha vendido ya la mayor parte de los activos de esta índole en otros países y no había razón para que México fuese una excepción, particularmente por el hecho de que Citi Banamex venía perdiendo mercado frente a otros bancos que operan a escala nacional. La empresa consultora internacional McKinsey había hecho el análisis para Citi y recomendado la venta de Banamex desde hace cinco años, es decir, en el sexenio anterior.
Y, ahora se sabe, los propietarios han venido preparando el anuncio de la decisión desde hace más de un año. Ahora bien, esto no significa que carezca de importancia política, pero esta reside más en las consecuencias de esta decisión, es decir, en quiénes se quedarán con el banco y sus implicaciones, que en las razones para venderlo. Es verdad que el dinero no tiene fronteras ni patria, y que los directores de una empresa deben velar por el rendimiento de los accionistas.
Pero también es cierto que un banco que maneja el ahorro de los ciudadanos y, aún más importante, los convierte en créditos necesarios para la expansión de la actividad económica, tiene una importancia nodal en la vida de una sociedad. Y si bien es cierto que los criterios con los que actúa un banco obedecen a un mercado global de oferta y demanda, también es cierto que buena parte de esta actividad está imbricada en parámetros que definen las autoridades financieras y crediticias de cada país.
En ese sentido, es muy distinto bregar con un consejo de administración dominado por representantes de fondos de inversión con sede en Nueva York o Londres, que con empresarios locales implicados en muchas otras áreas de la vida nacional. Lejos de ser una mala noticia la venta de Banamex podría convertirse en una buena.
Desde luego hay un riesgo que no es menor; en caso de que quedase en manos de un grupo de escasa experiencia o poco profesionalismo, millones de clientes podrían verse afectados e incluso el asunto podría llegar a convertirse en un quebranto para el sector financiero en su conjunto. Ambas cosas ya han sucedido anteriormente; el infame Fobaproa no es la única experiencia fallida al respecto.
Quisiéramos pensar que las autoridades financieras de Estados Unidos y de México, involucradas en la autorización de esta operación, impedirán una aventura irresponsable como las que vivimos en el pasado. Pero salvada esta aduana, Banamex podría quedar en manos de uno de los grupos financieros que ya operan en el país y que, de alguna manera, son interlocutores activos en la discusión de los grandes retos que enfrenta México. La mera posibilidad de que los nuevos dueños mantengan y amplíen la vocación cultural del Banco no es poca cosa. Hasta ahora han circulado nombres de posibles interesados de manera informal.
Inbursa (Carlos Slim), Banco Azteca (Ricardo Salinas Pliego) y Banorte (Carlos Hank) fueron destacados por el propio López Obrador, además de mencionar a José Javier Garza Calderón, empresario regiomontano, lo cual levantó no pocas suspicacias. Aunque Garza procede de algunas de las familias más prominentes de Nuevo León, no es un protagonista del sector y en cambio sí lo es de la arena política pues encabeza la asociación Empresarios de la Cuarta Transformación. Por otro lado, se da por descontado que Santander y Scotiabank podrían también levantar la mano.
La venta de Banamex, cuyo monto podría rondar entre 12 mil y 15 mil millones de dólares, constituirá una novela por entregas a lo largo de los siguientes meses. Las normas antimonopolios en México y Estados Unidos podrían objetar a los grupos más sólidos y abrir la posibilidad a otros empresarios vinculados a instituciones financieras menores.
Pero, por otro lado, las autoridades también tienen voz para vetar opciones que puedan carecer de solvencia económica o moral. Una historia de suspenso que, esperemos, tenga un final feliz o, al menos, uno que no sea trágico.
@jorgezepedap