A estas alturas de su gobierno el presidente López Obrador debe, o debiera, estar preocupado por cuanto a que sus tres megaproyectos, los emblemáticos de su administración y con los cuales pretende consolidar su proyecto de nación, no caminan al ritmo de sus deseos ni al tenor de los tiempos establecidos para ponerlos en funcionamiento. Porque no son asuntos solo de inauguración, sino de ponerlos a andar en el curso de esta administración, una instancia que está pareciendo muy difícil de alcanzar, pues está en chino que Dos Bocas y el Tren Maya vayan a funcionar a partir de la fecha de su inauguración. El caso del Tren Maya se está convirtiendo en un auténtico desbarajuste, porque aparte del sustantivo incremento al costo de la obra, las continuas variaciones de su trazo que incluyen la cancelación de estaciones en Mérida, Campeche y Playa del Carmen lo convierten en un Tren sin destino. Tal parece que lo único importante de esta obra es concluirla como sea y al costo que sea solo para cumplir con el plazo establecido por el presidente. De dos Bocas, ya se especula sobre el notable incremento del costo de esa obra, nada menos que tres mil 600 millones de dólares más de lo originalmente presupuestado (hasta ahora, pero no extraña porque siempre se dijo que una obra de esa naturaleza no costaba lo que decía el proyecto anunciado), y está en duda sea concluida en el tiempo establecido para inaugurarla. Lo de Santa Lucía incluye otro expediente, aparte de su conclusión, pues aparte de la obra física tiene que ver con temas aeroportuarios en los cuales el poder político no tiene acceso. ¿Quién dijo que es fácil la tarea de ser presidente de México?