Metternich, el famoso diplomático austriaco, decía de Napoleón Bonaparte “está a punto de llegar a ser un hombre de Estado porque miente muy bien”; Charles Maurice Talleyrand, diplomático francés, Primer Ministro de Francia es uno de los arquitectos de la Europa de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Se caracterizaba, según sus contemporáneos por el magistral manejo de la intriga, la mentira y la traición, como sea sirvió con éxito a cinco regímenes franceses influyendo en la conformación de casi todos los Tratados internacionales de su época. No dejemos fuera al muy vituperado Fouche, tampoco a Mazarino, el denominador común de todos fue el depurado ejercicio de la mentira como medio para conseguir sus fines. Con esos antecedentes y muchos más en la historia de las sociedades humanas ¿por qué nos asombramos de los cientos de afirmaciones no verídicas expresadas por el hoy presidente de la república desde su púlpito mañanero? Conste, de ninguna hacemos apología de la manera, tampoco justificamos el uso de la mentira o del engaño en materia política, sin embargo, no es posible ignorar que su uso ha sido un lugar común cuando se trata de conducir la vida de los pueblos. Maquiavelo ha sido denostado por aquello de que “el fin justifica los medios”, pero si el resultado significa avances en los propósitos para acercar el bien común la esencia ética de las acciones del gobernante pierde sentido. Si es asunto de la condición humana en la filosofía de la historia encontraremos la respuesta. Pero en México no requerimos profundizar disquisiciones porque bastan algunos casos para entender el correlato existente entre los hombres del poder y la mentira; de lo particular a lo general acá en la aldea veracruzana tuvimos de gobernador a un extraordinario esgrimista de la mentira y del discurso hiperbólico en el periodo 2004-2010, claro, de tanto conocerlo ya a nadie engañaba, sin embargo, nadie pudiera regatearle habilidad para la mentira. Y en el ámbito nacional, ¿qué decir del habilidoso discurso de campaña que utilizó Vicente Fox ofreciendo resolver en 15 minutos el problema de Chiapas y cambiar el sistema político mexicano? La decepción fue grande porque ya como presidente fue convertido en marioneta de su consorte, quien viendo el piso tan bajito se vio asimismo como la sucesora en la presidencia. Y ¿qué de López Obrador, quien ofreció a los mexicanos, de obtener el triunfo, casi en automático terminar con la inseguridad pública? O, también, dar jaque mate a la corrupción, o empujar al país a crecer a un 4% anual; o aquella sublime ilusión de elevar los servicios de salud para el pueblo a los estándares que privan en los Países Bajos y al final está resultando todo lo contrario. No es tan simple llegar a la conclusión respecto a si la mentira es un motor o impulsor del cambio, lo único cierto es que posiblemente ayuda a madurar a la ciudadanía para no incurrir el error de irse con la finta del discurso político o bien a discernir en cuál político le conviene y cuál no. Aunque de esto último quién sabe, porque el hombre es el único animal que tropieza más de una vez con la misma piedra.