En el pasado inmediato, durante la hegemonía priista y el presidencialismo en todo su apogeo, un precandidato a gobernador que no obtuviera la anuencia presidencial ni en sus mejores sueños obtenía la candidatura priista; pero tras la alternancia del año 2000, a falta del centro de decisiones políticas (la presidencia de la república), cada gobernador priista encontró camino fértil para convertirse en factor determinante para decidir el nombre de su sucesor, tal cual sucedió con Miguel Alemán a favor de Fidel Herrera, y éste para designar a Duarte de Ochoa como su sucesor. A Duarte no le alcanzaron ni la capacidad política ni las circunstancias para decidir esa candidatura, aunque previamente obstaculizó con obsesiva resistencia la precandidatura de Héctor Yunes Landa, a quien públicamente opuso férreos obstáculos y, dada las circunstancias, el Comité Ejecutivo Nacional priista, léase el presidente Peña Nieto, decidieron a favor del bien posicionado senador José Yunes Zorrilla. En la actualidad, ni en la entidad veracruzana ni a nivel federal ya no gobierna el PRI sino MORENA, sin embargo, pudiéramos señalar que el método para decidir la candidatura al gobierno de una entidad es similar al priista, es decir, el presidente es mano y, en no pocas entidades el gobernador carecería de la facultad del veto. Así las cosas, el tan mentado y supuesto o real antagonismo entre las autoridades estatales y el diputado Sergio Gutiérrez poco o nada podrá influir en el proceso sucesorio estatal, porque si las circunstancias no varían de manera sustantiva de aquí al 2024, el presidente podrá decidir discrecionalmente entre Rocío Nahle, el diputado Gutiérrez o algún otro, claro, “consulta” a la base de por medio.