Hace varios años trabajé para la Secretaría de Educación de Aguascalientes y mi oficina estaba junto a la de la Dirección Jurídica, cuyo titular era un excelente abogado y además un buen amigo en lo personal.
Por la cercanía amistosa, los abogados de la Secretaría que dependían del licenciado Raúl Cardona González acudían a mí a menudo para consultarme sobre dudas de sintaxis y de ortografía en las demandas e informes que redactaban en esa área.
Una respuesta a mis observaciones que se reiteraba mucho era que ciertos enunciados no se adecuaban a las reglas de la gramática porque estaban redactados de acuerdo con una terminología jurídica, y trataban de justificar así algunas equivocaciones sintácticas.
Los seis años que trabajé en esa dependencia estuve insistiendo y demostrando a los abogados que no había ningún principio legal que pudiera estar por encima de las reglas de la gramática.
Fue ése un largo enfrentamiento de un lingüista contra especialistas de otra rama del conocimiento, que se sentían con derecho de hacer a un lado la sintaxis, la ortografía y la prosodia fundados en un aparente lenguaje especializado.
El problema que tenían esos licenciados en Derecho era que no querían ir en contra de la costumbre a la hora de redactar sus escritos, y preferían seguir en su zona de confort de escribir como sus iguales, aunque no se apegaran a las reglas de la escritura.
Después de tanta insistencia y muchas discusiones, logré que aceptaran escribir sus textos jurídicos en un castellano lo más correcto posible, para desesperación de los abogados de otras dependencias del Gobierno de aquel hermoso estado.
Con eso voy a que, por lo general, la gente prefiere escribir mal porque se rehúsa a modificar sus hábitos.
Hace tres años me desempeñé como Delegado de la SEP en Quintana Roo, y ahí me encontré con que la mayoría de los oficios que enviaban de las oficinas centrales culminaban con una frase hecha:
“Sin otro particular, me despido de usted”.
Todavía recuerdo la cara de asombro de una funcionaria de la oficina de Chetumal cuando le dije que esa frase era errónea.
—Pero, cómo va a estar mal, Delegado —me dijo en respuesta a mi observación—. ¡Si todos los oficios terminan así, hasta los que nos mandan de la propia oficina del Secretario de Educación!
Más asombrada quedó cuando le pedí que me explicara qué quería decir eso de “Sin otro particular”, y cuando no pudo darme una respuesta coherente le expliqué que la frase hecha original era: “Sin otro asunto en particular”, y que a alguna secretaria se le había pasado alguna vez escribir “otro asunto”, y como la mayoría de las personas no piensa lo que escribe, pues el error se había vuelto viral.
En los años recientes he tenido oportunidad de ver otros oficios emanados de dependencias del Gobierno federal e incluso del estatal, y todas terminan con la frase mal hecha. Lo traigo a colación porque espero que mis inteligentes lectoras y mis abusados lectores me ayuden a desaparecer esa aberración.
Así, que “sin otro particular, me despido de ustedes” por esta ocasión.