Entre el discurso que condena las marchas feministas por oponerse a su “transformación”, que descalifica las protestas femeninas por supuestas “infiltraciones de conservadores” y la imagen de un Palacio Nacional amurallado y aislado con vallas metálicas, ayer en el 8M quedó muy claro el divorcio irreconciliable que existe entre Andrés Manuel López Obrador y las causas y exigencias feministas y femeninas en este país. Porque mientras ignoró y se negó a escuchar los gritos de “Ni una asesinada más”, “Libres, poderosas y sin miedo” y “Se mata a las mujeres en la cara de la gente”, el Presidente prefirió los gritos de las mujeres de la 4T que lo ensalzaron con porras y adulaciones: “Es un honor, estar con Obrador”.
Es como si el Presidente a las mujeres las prefiriera sumisas y obedientes, que sólo griten para alabarlo a él y reconocerlo como “el más feminista de la historia” por la cantidad de mujeres que tiene colaborando en su gabinete; mientras que a las mujeres que gritan en la calle, que exigen justicia para sus hijas, madres, hermanas o amigas muertas y asesinadas, a las que pintarrajean las calles y rompen cosas para exigir que cese la violencia y se les respete en sus derechos, a esas las prefiere lejos, aisladas detrás de los muros metálicos y bien vigiladas y controladas por la fuerza pública, policías, soldados y marinos.
Ninguna mujer que lo cuestione, que lo increpe que le reclame; todas las políticas de la 4T, desde Claudia Sheinbaum hasta Rosa Icela Rodríguez, pasando por las polémicas y controvertidas Delfina Gómez y María Elena Álvarez-Buylla, la fiscal Ernestina Godoy o la estrafalaria Layda Sansores, todas están ahí no para reivindicar a las mujeres y sus derechos, sino para complacer y celebrar al líder máximo y supremo al que le rinden pleitesía y le lavan la cara de antifeminista.
Es paradójico que el Presidente fue mucho más duro y condenatorio contra las marchas y grupos feministas, a los que descalifica como “reaccionarias” y las tachó de violentas, de querer “hacer un espectáculo de violencia” y de intentar desestabilizar a su gobierno y “mostrar un país en llamas”, que con los fanáticos que el sábado pasado violentaron y golpearon a decenas de personas y familias en el estadio de futbol de Querétaro.
Pero ni la descalificación del Presidente ni su negativa a escuchar sus demandas, impidió que ayer la marea feminista inundara el Zócalo de la Ciudad de México. Más de 50 mil mujeres llegaron en distintas marchas y movilizaciones, la mayoría pacíficas, para volver a alzar la voz y recordar que los feminicidios siguen en aumento en el país y las mujeres asesinadas siguen sin recibir justicia.
Las que están ahí, al caer la tarde en la Plaza de la Constitución, no son para nada sumisas, ni están dispuestas a alabar a un gobierno y un presidente que lejos de apoyarlas, escuchar y atender sus demandas, les ha dado la espalda.
López Obrador podrá jurarse el presidente que encabeza “el gobierno más feminista de la historia”, podrá decir que le está dando más apoyos sociales a las mujeres, podrá presumir que tiene más mujeres en su gabinete y más gobernadoras de su partido en la República, incluso que todas las mujeres de la 4T lo alaban y celebran con porras y vítores, pero lo que no podrá negar es que la violencia feminicida, las violaciones, el homicidio doloso de mujeres y la violencia familiar han registrado números récord en lo que va de su administración. Y lejos de aceptarlo y hacer algo para frenar esa violencia feminicida y castigar a los asesinos de mujeres, el Presidente condena, ataca y descalifica a las marcas femeninas y feministas. Lo dicho, sólo quiere a mujeres sumisas y no soporta a las que lo encaran y cuestionan.