Es frecuente escuchar en el discurso oficial el fin del neoliberalismo en México y el inicio de un modelo económico de clara tendencia social y redistributivo de la riqueza, sin duda, es un buen propósito, lamentablemente aún estamos lejos de alcanzar ese propósito. Porque, si bien en la retórica inflamada de las mañaneras se nos machaca sobre el carácter de la ambiciosa clase empresarial cuyo único fin es la ganancia, al tiempo de inculcarnos conformismo, es decir, con lo que tenemos es suficiente, en el medio socioeconómico del país sigue predominando la ley del mercado, la competencia y el interés económicos. Es cierto que el gasto federal programable se ha orientado sustantivamente al desarrollo social a través de programas asistencialistas, aunque en detrimento de la inversión para el crecimiento, pese a que esto último es la fuente de los recursos para el gasto social. Pero, en esencia la economía de mercado sigue predominando y no se advierten cambios en el futuro inmediato, salvo que de manera abrupta México se aísle, abandone el Tratado de Libre Comercio e intente rascarse con sus propias uñas. Lo cual se antoja una alternativa poco probable, aunque nada imposible.