Por Cirilo Rincón Aguilar
No son pocas las voces que en los últimos días se han pronunciado para recomendar serenidad a las pasiones políticas, la crispación y el odio oficiosamente promovido por el primer obligado que es el Presidente de todos los mexicanos, chairos y fifís como a unos y otros se les califica en las redes, hace inviable el ejercicio democrático de la tarea legislativa.
Pensamientos ilustres como el del ex procurador General de la República -los fue- Ignacio Morales Lechuga, que llama desde la cátedra a la Reconciliación Nacional, como lo hará mañana viernes desde una conocida Universidad, o el senador morenista Ricardo Monreal Ávila, sumados a otros destacados pensadores y analistas del acontecer nacional, deberían ser escuchados y atendidos.
La obediencia ciega exigida a los aliados naturales de quien manda desde palacio Nacional, no deja margen para la negociación y el entendimiento.
Anuladas las instancias interlocutoras como deberían ser la Secretaria de Gobernación, las jucopos en las cámaras de diputados, de senadores y el escaso juicio en los liderazgos legislativos y partidarios, muy poco se habrá de esperar pese a los llamados a la reconciliación nacional.
Esto explica la explosiva actitud que se empieza a manifestar con agravios a legisladores que votaron contra la reforma constitucional de la Ley Eléctrica el pasado domingo de ramos.
Tiene razón el senador Monreal de quejarse, aunque no lo diga en forma literal: lo dejan sin margen de maniobra para operar las iniciativas de reforma a la Constitución que lleguen a la Cámara de Senadores.
Por otra parte, hay que decirlo, el adocenamiento intelectual que se pretende imponer desde las alturas nos acerca más al imperialismo llevado al terreno de la superioridad ideológica en que se basa este modelo de persecución política.