Cual abogado de oficio u oficioso, el presidente López Obrador intercedió el viernes ante el presidente Joe Biden para que “todos los países y sus gobernantes” del continente americano fueran invitados a la Cumbre de las Américas que tendrá lugar en junio en Los Ángeles. Aunque no mencionó nombres, el presidente en realidad se refería a la negativa del gobierno de Estados Unidos, anfitriones de esta cumbre, a invitar a los tres dictadores activos de Latinoamérica: Nicolás Maduro, de Venezuela; Miguel Díaz-Canel, de Cuba; y Daniel Ortega, de Nicaragua.
La respuesta a los oficios de López Obrador en favor de los tres gobernantes autoritarios, llegó ayer mismo desde la Casa Blanca: Estados Unidos no invitará a Venezuela, Cuba y Nicaragua a la cumbre de Los Ángeles por considerarlos gobiernos antidemocráticos. Fue el subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Bryan Nichols, quien ayer dejó en claro la posición de su gobierno, ante las peticiones que le hizo el presidente mexicano a Biden:
Quedó claro, pues, que las oficiosas peticiones del mandatario mexicano fueron desechadas por Biden, quien por cierto en aquella llamada telefónica del viernes también le pidió a López Obrador que “México se sume a las sanciones y represalias en contra de Rusia por la invasión a Ucrania” y apoye así al bloque de países que no sólo han condenado esta invasión de palabra –como lo hizo el gobierno mexicano– sino que también tome acciones para castigar al régimen invasor de Vladimir Putin.
El choque de visiones y posiciones sobre la política latinoamericana entre las administraciones de López Obrador y Biden no es nuevo y ya se había manifestado desde la recepción de Estado que el mexicano le ofreció al dictador cubano, a quien tuvo como invitado de honor en las fiestas Patrias de 2021. Luego vino la Cumbre de Estados Latinoamericanos y del Caribe a la que vino también como invitado Nicolás Maduro, y en el caso del dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, el gobierno mexicano se ha negado a condenar asesinatos, persecuciones y encarcelamientos de candidatos opositores, periodistas y líderes disidentes.
Queda claro que, por alguna extraña razón, al presidente se le da más fácil la confrontación de posiciones en las que no está de acuerdo con Joe Biden, a quien sí se atreve a responderle y a decirle cuando no coincide en sus planteamientos, mientras que con Donald Trump siempre se negó a contestarle ni con el pétalo de una declaración, menos un reclamo, cuando despachaba en la Casa Blanca y aun ahora que ya está fuera del poder y anda en campaña. ¿Por qué con Biden sí puede diferir y reclamar y no con Trump?
Lo más curioso es que en sus peticiones “con todo respeto” a Biden para que aceptara incluir a los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua en su Cumbre del mes próximo, López Obrador decía ayer que la política estadunidense hacia Latinoamérica debe cambiar para ser más incluyente y promover el diálogo entre todos. “Vamos a dialogar, vamos a entendernos, vamos a unirnos, vamos a hermanarnos, eso es lo que necesitamos, no la confrontación”, dijo el presidente mexicano. Y ¿entonces? Si lo tiene tan claro por qué no lo practica en casa, donde no dialoga ni con ambientalistas, ni con opositores, ni con feministas ni con madres de desaparecidos; mucho menos fomenta la unión y lejos de “hermanarnos” se empeña en dividir, confrontar y polarizar a los mexicanos entre sí. Con razón le dicen siempre al tabasqueño que es un buen candil de la calle.