La visión de estadista de don Venustiano Carranza le permitía ver con meridiana claridad el inminente peligro para el país objetivado en el predominio de militares de alto rango, quienes con cualquier pretexto fraguaban “rebeliones” para incrementar su patrimonio e incluso pelear por la presidencia de México; ese contexto impulsó a don Venustiano a proponer la candidatura del ingeniero Ignacio Bonilla como su sucesor en la presidencia a la primera magistratura, esa osadía le costó la vida. Don Plutarco Elías Calles, otro genial estadista y visionario, a la muerte de Obregón logró colocar en la presidencia interina a Emilio Portes Gil, ex gobernador de Tamaulipas sin grado militar alguno, mientras preparaba la candidatura del ingeniero Pascual Ortiz Rubio y simultáneamente organizaba al Partido Nacional Revolucionario para aglutinar en esa organización a todas las fuerzas militares y políticas del país, fue un extraordinario esfuerzo sentando las bases para hacer de México un “país de instituciones y no de caudillos”, la historia da fe del éxito obtenido. No sin dificultades, por cierto, porque en el devenir de los periodos sexenales hubo alternadamente retrocesos y avances que dificultaron la instalación y fortaleza de las instituciones. Fue en la década finisecular cuando con la participación y presión de grupos opositores al gobierno se inició la consolidación de las instituciones autónomas, como el Banco de México, la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el Instituto Federal Electoral, entre otras, y así impulsar nuestra evolución política y democrática. En la alborada del siglo XXI México se estrena en la inusitada alternancia política, pues amaneció con un presidente de la república no incubado en el PRI sino en la dura respuesta ciudadana a un partido político que ya venía dando tumbos, y gracias en parte al protagonismo institucional del IFE logramos un cambio pacífico en grado sumo porque tras doce años fuera de la presidencia el PRI regresó a la Silla dorada. No obstante, dicho retorno no significó una restauración gracias a la fortaleza de nuestras instituciones y a los contrapesos del poder que opusieron diques y resistieron al cambio. Esa fortaleza la hemos podido comprobar ahora mismo enfrentando la embestida reformadora del actual primer mandatario cuyo prurito por el cambio mantiene en vilo la división de poderes, por el ánimo de concentrar el poder y un arrebato demoledor por reinstalar un presidencialismo a la usanza de la hegemonía priista de antaño. Un Congreso legislativo federal beligerante, como contrapeso de poder, una Suprema Corte que aún con altibajos demuestra cierta autonomía, un Instituto Nacional Electoral que sometido a intensa metralla resiste y se niega a sucumbir, un Tribunal Electoral que asume, al margen de la consigna, resoluciones apegadas a la normatividad vigente, un INEGI que proporciona información veraz, la Coneval, que aporta criterios objetivos para formular programas y políticas públicas con sólido fundamento etc., forman parte del andamiaje institucional en cuyo soporte está la circunstancia política del México contemporáneo recién ingresado a la democracia. Según la oposición agrupada en Va por México la reforma electoral propuesta no prosperará, no esperaremos mucho tiempo para comprobar si así será o si tendremos nuevo marco electoral e institucional.