martes, noviembre 5, 2024

Tren Maya: dos rayitas menos

El Tren Maya ejemplifica lo mejor y lo peor de las maneras de hacer del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Cuando el Presidente se toma la molestia de informar en detalle, a través de los responsables, se advierte la enorme importancia que esta obra puede tener como detonante de una región urgida de un cambio y las muchas precauciones que se están tomando para asegurar el respeto al medio ambiente y el patrimonio histórico de la zona. Los críticos del obradorismo asumirán que esta última frase resulta irresponsable o falsa, considerando las continuas objeciones que se han hecho sobre el daño ecológico y arqueológico en el que incurre el presunto manotazo sobre la selva. Sin embargo, una visión de fondo arroja otra perspectiva si nos desprendemos del tira tira político y mediático, y revisamos a conciencia el programa paralelo de rescate arqueológico que se está realizando, la autoexigencia de estudios de impacto ambiental y el ambicioso programa de reforestación. Doscientos ochenta arqueólogos y disciplinas afines están trabajando en la recuperación de cientos de ruinas y vestigios mayas descubiertos en campo y mediante estudios aéreos; en ese sentido la construcción del tren habría desencadenado la oportunidad de una verdadera sacudida con respecto a la investigación y exhibición de la cultura prehispánica de la Península. En materia de reforestación se encuentra el objetivo de producir y colocar 143 millones de árboles. Y sobre la fragilidad de suelo, cenotes y redes acuíferas subterráneas, la autoridad se ha comprometido a no realizar cualquier acción que no vaya acompañada de su respectivo impacto ambiental y cambio de uso de suelo.

Son programas en marcha y seguramente serían perfectibles si el debate con otros especialistas se diera puntualmente sobre el contenido de los mismos y, sobre todo, en la exigencia y monitoreo de que tales promesas se cumplan cabalmente.

Por desgracia, los argumentos intercambiados entre el poder y la crítica se han centrado en la descalificación mutua y las falsas generalidades. La Presidencia ha gastado mucho más tiempo en denunciar las intenciones aviesas y los intereses espurios de todos aquellos que cuestionan el proyecto, que en el despliegue de las bondades del proyecto y las muchas acciones encaminadas a subsanar los riesgos que entraña. Sus críticos han convertido los negros del arroz en condenas categóricas y las genuinas preocupaciones en juicios sumarios que, en efecto, no guardan proporción alguna con la indiferencia mostrada ante devastaciones arbitrarias del medio ambiente como Xcaret y Calica.

Durante la mayor parte de esta polémica las dos partes han privilegiado los adjetivos descalificativos y los epítetos lapidarios, dejando de lado el examen de las entrañas del proyecto. El resultado es que la opinión pública queda como rehén de dos visiones mutuamente incompatibles y parciales de lo que está pasando. La inercia de los medios lleva a priorizar el conflicto, las provocaciones y los datos alarmistas, no los argumentos de fondo, los datos específicos o la información de contexto. Y eso por no hablar de la prensa que ya ha tomado partido, francamente dedicada a solo inventariar lo que pueda dañar la imagen del gobierno de la cuarta transformación.

En el proceso salimos perdiendo todos. El Tren Maya puede modificar la historia de la Península y desencadenar oportunidades que ahora no existen para una población y una región que, más allá de los lunares turísticos, fue dejada atrás por la modernización. No debemos perder de vista lo que es importante. Pero desde luego, eso no debe constituir una patente de corso para que el gobierno pase por alto las preocupaciones genuinas de especialistas y en general de la opinión pública. Algunas de estas preocupaciones seguramente quedan subsanadas en las medidas contempladas por el propio proyecto, pero poco explicadas debido al predominio de la confrontación. Otras objeciones incluso podrían afinar y mejorar las previsiones tomadas por la autoridad. En ese sentido, no se trata de hacer descarrilar ese tren, sino de asegurarse de que alcance todo el potencial como agente de prosperidad y de minimizar los riesgos de su construcción en un medio ambiente tan frágil.

La construcción del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles deja lecciones que convendría recuperar para el caso del Tren Maya. Por un lado, un balance más que aceptable sobre la calidad, el costo y los tiempos a pesar de los muchos temores que al final resultaron exagerados o improcedentes. Pero también habría que decir que la urgencia de entregarlo en la fecha prometida provocó apresuramientos innecesarios que lesionan el profesionalismo con que se realizó la obra. A la larga el AIFA resolverá buena parte de los problemas de saturación que intenta enmendar, aun cuando lo haga de manera paulatina y de menos a más. Pero está claro que, por ahorrarse tres o cuatro meses, las vías de comunicación entregadas resultaron insuficientes, lo condenan a una larga subutilización y abolla la imagen de un enorme logro, por no hablar de las muchas anécdotas de la inauguración de una obra que, evidentemente, no estaba terminada al 100 por ciento.

Ese riesgo persiste en el caso del Tren Maya. Considerando la inoperancia de los últimos sexenios en materia de obra pública (basta recordar la Estela de la Luz o el Tren México-Toluca), resulta notable la capacidad logística y presupuestal de la actual administración (recordemos que se trata de proyectos financiados sin incurrir en deuda pública). Pero preocupa que la parte más frágil de esta obra, los retos ambientales, resulten minimizados por cuadros políticos empeñados en cumplir a cualquier costo la urgencia del Presidente. Se entiende que AMLO quiera poner el tren en movimiento antes de terminar su sexenio, pero considerando lo que está en juego no debería tomarse la fecha de diciembre de 2023 como ultimátum inexorable. No pasaría nada si lo entrega cinco o seis meses más tarde. Contra lo que piensan sus críticos, el gobierno ha tomado las medidas necesarias para no provocar la catástrofe ecológica de la que le acusan, solo esperamos que la política y las prisas no socaven esas buenas intenciones. Y asegurarnos de que sea así es la tarea en la que tendríamos que preocuparnos opinión pública, medios y activistas del medio ambiente, y no la crítica desinformada. 

Jorge Zepeda Patterson
@jorgezepedap

otros columnistas

Sexto: el año radical

Un día en la playa

Otra del Ejército

Los otros derechos humanos