La carrera presidencial dentro de Morena arrancó oficialmente ayer con un acto en Toluca, donde está el único obstáculo que encontrará antes del 24: las elecciones para gobernador en junio del próximo año. Es estratégica esa victoria, porque sin el Estado de México y con la probabilidad alta de que pierdan una vez más la Ciudad de México dentro de dos años, las posibilidades de continuar el proyecto de nación del presidente Andrés Manuel López Obrador disminuyen de manera significativa. Pero la maquinaria para que eso no suceda arrancó hace varias semanas, con unos cuantos minutos de aproximadamente 60 audios y espionaje telefónico que se difundieron, suficientes para convertir al líder del PRI, Alejandro Moreno, Alito, en una figura tóxica para muchos.
Un efecto inmediato fue en la alianza opositora, que se está cayendo a pedazos. En el Estado de México, donde la discusión hasta hace poco era quién colocaría candidata o candidato, ya cambió. El gobernador Alfredo del Mazo exigía mano en la designación por ser el PRI el que tiene más votos, pero dentro del PAN había resistencias porque el líder del Congreso local, Enrique Vargas, aparece en las encuestas y los careos como el candidato más fuerte de la alianza. Eso ya no es problema, al menos por ahora, porque el PAN considera que será mejor ir solo que mal acompañado tras los resultados de las elecciones en seis estados.
La preferencia partidista en el Estado de México sigue favoreciendo a Morena, aunque el respaldo no tiene que ver con los candidatos, sino con la popularidad de López Obrador. Para efectos del voto, es irrelevante que el Presidente no vaya a figurar tangiblemente en la boleta, porque intangiblemente sí estará y arrastrará a quien abandere Morena. Habrá desgaste del Presidente en lo que resta del sexenio y las dificultades se irán acumulando y explotando, pero sin candidata o candidato atractivo, no derrotarán a Morena.
En este contexto, la destrucción de la figura pública de Moreno es fundamental, porque ha llevado al líder del PRI a fugas hacia delante y a considerar acciones radicales si le dan la espalda, dispuesto a disparar contra sus aliados. Moreno tiene en sus manos la manivela de la extorsión con la cual piensa que puede librar la crisis que tiene en el PRI y con el PAN. Con 18 por ciento del voto en las elecciones federales del año pasado, cree que tiene a todos en la mano por la amenaza de que, si le dan la espalda, le daría el apoyo del PRI a Morena. Es decir, él mismo llevaría el partido a la incineración.
Este fin de semana, nueve de los últimos 14 líderes del PRI desde 1996 urgieron una reunión –que será este martes– para discutir lo que está sucediendo en el partido y su impronta electoral, ante “el momento especialmente delicado” que vive el instituto político, de cuya “evolución y solución dependerá su futuro”. Hay corrientes con representación del PRI y figuras, como exlíderes y el coordinador en el Senado, Miguel Ángel Osorio Chong, uno de los protectores de Moreno en el sexenio pasado que también firmó la carta, que consideran que un primer paso para frenar la caída es la remoción del dirigente.
Difícilmente lo lograrán. Moreno tiene el control absoluto del Comité Ejecutivo Nacional, entre quienes repartió puestos legislativos y presupuestos. Su poder es tan fuerte, aunque posiblemente amplificado por sus percepciones, que se considera a sí mismo como un precandidato serio a la presidencia. Una vez más, mostrando 18 por ciento del voto nacional como su tarjeta de presentación, descartando las pérdidas de gubernaturas, que es lo que galvanizó la molestia contra él, porque argumenta que no las perdió el PRI, sino que las entregaron los gobernadores –que no es algo que le falte razón, en algunos casos.
Moreno considera que puede hacer lo que quiera con el PRI, y presionar a la alianza opositora Va por México. Una reciente encuesta de El Financiero reveló que el PRI mantiene 18 por ciento de preferencia electoral; el PAN, con una pérdida de un punto se situó en 17 por ciento; y el PRD, con 5 por ciento. Con los mismos datos del periódico, Morena tiene 41 por ciento; Movimiento Ciudadano, 9 por ciento; el PT, 3 por ciento; y el Partido Verde, 1 por ciento. Con esos datos elaboró tres escenarios.
En el primero, Va por México obtendría 40 por ciento del voto contra 45 por ciento de la coalición de gobierno, con Movimiento Ciudadano jugando solo. En el segundo, sumando a Movimiento Ciudadano –pero no aceptando su candidato–, alcanzarían 49 por ciento del voto, contra 45 por ciento de la coalición gubernamental. En el tercero, robándole a Morena al sempiterno mercenario Partido Verde, alcanzarían 50 por ciento del voto, alejándose seis puntos de Morena. El análisis es muy lineal y parecen cuentas alegres, que no resuelve por qué el PAN aceptaría la subordinación a sus deseos, incluso ambiciones presidenciales, si tuvo medio punto más que el PRI en las elecciones para diputados el año pasado, o por qué lo haría si tiene más gubernaturas que el PRI.
Es únicamente el chantaje. Si en el PRI no pueden removerlo, le debe preocupar poco lo que le digan los exdirigentes y la molestia que tienen varios gobernadores con él, como Del Mazo, que todavía no da señales si aspirará a la candidatura presidencial en el 24, o Alejandro Murat, que ya levantó la mano. Ninguno de los dos es mal visto por López Obrador, lo que no es un elogio, sino, por la forma como se comporta el Presidente, un lastre. Con el PAN, la advertencia de Moreno es que si rompen la alianza, traslada votos del PRI a Morena. Sin el PRI, es su racional, el PAN nunca derrotaría a López Obrador y a quien ponga en la candidatura.
Pero un trasvase electoral a Morena sería el final del PRI. Moreno se convertiría en su enterrador, a quien no le agradecerían en Palacio Nacional, y seguramente continuarán abriéndole carpetas de investigación, un escenario inexistente entre los que ha contemplado.