Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
Lo primero que ve López Obrador cada lunes en las reuniones de seguridad, antes que la lista con el rosario de asesinatos del día anterior, son las encuestas semanales sobre su popularidad que le muestra Jesús Ramírez, su jefe de Comunicación Social. Pero las que espera con verdadera impaciencia son las que dan a conocer mensualmente los diarios nacionales.
La encuesta de El Financiero de este lunes lo pone con una aceptación del 57%, pero con el 54% de mexicanos que reprueban su estrategia de seguridad lo que lo molestó, aunque no sé por qué se enoja. Qué esperaba con más de 125 mil ejecuciones en lo que va de su sexenio.
Con tanto asesinato y con la economía en picada por décimo mes consecutivo, es un milagro que sus niveles de popularidad no anden rayando el suelo.
Las encuestas se han vuelto su obsesión porque le dan la pauta para saber cómo va en relación a sus antecesores a los que no ha podido superar. La excepción es Peña Nieto aunque… mejor échale un ojo a estos datos lector.
A los cuatro años de gobierno, Carlos Salinas tenía un envidiable 79% de aprobación; Ernesto Zedillo un 62%; Vicente Fox el 57% y Felipe Calderón el 60%. El tabasqueño empata con Fox, está debajo de Zedillo y Calderón y lejos de Salinas.
¿Por qué tenían esa aprobación los expresidentes? Porque trabajaron. Construyeron carreteras, hospitales, escuelas, llevaron agua y electricidad a las comunidades, crearon empleos, apoyaron al campo, abrieron la puerta a la inversión privada y a ninguno se le murió un niño por desabasto de medicamentos.
Estos cuatro expresidentes pusieron en puestos clave a quienes consideraron los más capaces y chisparon sin la menor contemplación a los incompetentes. Ninguno anduvo de faramallero levantando el brazo a gobernadores ineptos y poniéndolos como ejemplo de honradez y honestidad.
Que fueron corruptos ni duda cabe (Zedillo y Calderón no) pero insisto, más, mucho más que destruir, construyeron y eso no lo puede rebatir ni el más furibundo seguidor de Andrés Manuel.
El tabasqueño no sabe construir, es un destructor nato.
“Eso no es cierto aprendiz de columnista, sus obras emblemáticas serán admiradas, elogiadas y disfrutadas por generaciones”.
Je je je.
El AIFA terminará siendo la base aérea que siempre ha sido de la Sedena. Dos Bocas será una chatarra en 18 años cuando todos los autos del mundo sean movidos por electricidad, pero comenzará a oxidarse desde el 2025 cuando el gobierno que venga se dé cuenta de su inoperatividad. Y el Tren Maya (un tren que nadie pidió), muy probablemente termine siendo de cuatro en lugar de siete tramos y sin rentabilidad irá a la quiebra.
Eso sin contar con un sistema de Salud como el de Dinamarca que nunca veremos en este sexenio y las 100 Universidades Benito Juárez que quién sabe dónde están. Por cierto, hay una en la sierra de Veracruz, ¿está funcionando? ¿cuántas carreras oferta? ¿cuántos alumnos tiene?
Entonces ¿por qué sigue siendo tan popular Andrés Manuel?
Por sus programas sociales, ha regalado dinero como nadie, pero en contrapunto, es el presidente que menos empleos ha creado.
En sus primeros cuatro años el gobierno de Carlos Salinas creó 900 mil empleos formales y al final de su mandato fueron 1 millón 770 mil. Ernesto Zedillo creó 1 millón 600 mil empleos en sus primeros cuatro años y al final de su sexenio dejó 2 millones 480 mil.
Del 2000 al 2004 Vicente Fox creó 800 mil empleos y cuando finalizó su mandato eran 1 millón 200 mil. En sus primeros cuatro años de gobierno Felipe Calderón creó 1 millón 117 mil empleos formales y cuando dejó el poder la cifra llegó a los 2 millones 310 mil.
¿Y cómo va Andrés Manuel? En casi cuatro años ha creado 540 mil 783 empleos formales. Cifra ligeramente superior a los 517 mil 434 empleos que creó Enrique Peña Nieto… ¡sólo en el primer semestre del 2017!
El mexiquense dejó el poder después de haber creado 4 millones 61 mil 243 empleos formales hasta octubre del 2018, inalcanzables para el tabasqueño.
Lo patético es que mientras a ninguno de sus antecesores les preocupó mucho la popularidad sobre todo en el último tercio de su mandato, Andrés Manuel se mira en las encuestas con el mismo embeleso con el que un narcisista se mira en el espejo.
Sólo que en ese sentido anda pésimamente mal.
En un país con más de 7 millones de nuevos desempleados y más de 8 millones de nuevos pobres; con una deserción escolar de 5.2 millones de niños y jóvenes, con una tasa de crecimiento real del 1.0%, con poca inversión y casi nulas oportunidades de trabajo, con 7 de cada 10 mexicanos que se sienten abandonados ante la violencia incontrolable, con tanta o más corrupción que en gobiernos anteriores, su popularidad está sujeta con alfileres y el día menos pensado se puede desbarrancar de ese 57%.
López Obrador debe entender que no es echando mentiras durante dos horas cinco días a la semana como seguirá conservando ese aun envidiable porcentaje de aprobación. Está a dos años y meses de dejar el poder y aún puede rectificar el camino.
De lo contrario se desbarrancará y se llevará al abismo a Morena, un organismo que no es un partido político sino un movimiento social que depende de un solo hombre que es él, pero cuyo opositor más recalcitrante (vaya paradoja) es el propio Andrés Manuel.