«No se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo.»
Proverbio inglés.
Dice Jean Meyer (2022), en una de sus últimas entregas, que “nuestro planeta tiene sed” y nada más cierto que esa afirmación. En ello, sin duda, tenemos que mirarnos con seriedad, porque es una condición presente y vieja en nuestras historias, que debe obligarnos a buscar respuestas con urgencia, para la identificación de una gestión hídrica que nos permita enfrentar problemas del mayor impacto, que ya tienen repercusiones de conflictos y crisis de cálculos que nos comprometen.
Las sequías que atraviesan nuestro planeta son gravísimas. Siguiendo a Meyer, el “65 por ciento de la humanidad vive ya en situación de estrés hídrico (1,700 m3 por cabeza y por año) o de penuria de agua (1,000 m3), en un arco que va de Marruecos hasta las grandes llanuras del Norte de China.”
Dice Darío Ibarra (2022) que, en el ámbito de la academia, se coincide en que los siniestros ambientales del mundo son provocados por el cambio climático y que obviamente explican los fenómenos ambientales como las olas de calor sucedidas en Europa y Australia, las alteraciones del clima que han dado pauta a huracanes u otros meteoros donde no llovía o la sequía en lugares con relativa capacidad para contar con agua. Además, refiere que, con lo hasta ahora visto y vivido, tendría que estarse estableciendo una emergencia climática internacional, que sin embargo no está ocurriendo.
En Brasil, el país con la mayor disponibilidad de agua dulce del mundo, se ha vivido una de las sequias más severas de su historia. Es Brasil una superpotencia en recursos hídricos; dos tercios del Río Amazonas pudieran abastecer los requerimientos mundiales y, aún así, hubo regiones de ese país que tuvieron falta de abastecimiento en algunos ríos y lagos. El escenario es preocupante.
En nuestro país, en el mes de julio, 764 municipios presentaron algún tipo de sequía y el 47.6% de la superficie nacional experimentaba sequía. En el mismo mes, el 99.7 por ciento del territorio de Baja California padecía sequía; el déficit de precipitación en el territorio nacional del 1 de enero al 17 de julio fue del 12.9%, el 20% del territorio, principalmente el sur sureste recibe alrededor del 80% de las precipitaciones anuales (García, Jacobo, 2022).
Es necesario reconocer la huella humana, nuestra aportación para estar en las actuales condiciones globales de crisis climática. Desdeñar, dejar de lado tal responsabilidad, ayuda a pensar que no existe tal crisis como producto de nuestras actividades o que sólo se recompondrá nuestro entorno, o acaso que todo es parte de una condición cíclica, como aún piensan algunos.
Es evidente nuestra bien desarrollada capacidad autodestructiva como especie, que parece clausurar caminos alternativos. La falta de planeación y despliegue de acciones concretas que enfrenten y modifiquen nuestros abusivos comportamientos parecen seguir en el discurso sin embargo es necesario insistir en que aún existen posibilidades y que debemos ponernos en marcha.
Los derroteros sobre los que seguimos insistiendo, están fincados en minusvalorar al recurso agua, cuando es claramente el líquido sustento de la vida. Negarnos a entenderlo, no mirar su relevancia, seguir ciegos hacia el precipicio es claramente una absoluta estupidez.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
En esta “Transformación”, parece que el proyecto educativo nacional es profundizar su desmantelamiento.
*Artículo de Jean Meyer en el Universal, Sequía y Seguridad Nacional. 15 de agosto del 2022
*Artículo de Darío Ibarra en el Universal, Cambio Climático y Seguridad Nacional. 15 de agosto del 2022.
*Artículo de Jacobo García en El País, La sequía que arrasa México. 25 de julio 2022.