Todos los días ocurre, cada segundo de las 24 horas en que convencionalmente hemos dividido el tiempo nace una nueva camada de seres humanos, en correspondencia otros más de entre quienes alientan vida (condición sine qua non), por designios aún desconocidos, cumplen su misión y traspasan el umbral de la existencia física para efectuar un viaje hacia lo desconocido, ese es un tránsito inevitable para todo lo que tiene vida en esta dimensión. Nada para aterrorizarse, sin embargo, origina dolor entre quienes por virtud de la convivencia nacen lazos de amor y de amistad, no resulta fácil esa inapelable despedida, que no por ser un lugar común, muy humano, causa intenso dolor. Versión menos penosa sería si se nos asegurara que en el nuevo espacio de convivencia la música celestial será permanente bálsamo, y despojados ya de la materia, de esta “mansión de peregrino” con la cual visitamos este mundo, estaremos mejor, porque muerte no hay, nada elimina a la energía. Esta reflexión se inspira en la despedida que ahora brindamos a doña Dora Alicia Castelán, compañera de vida de nuestro amigo Carlos Rodríguez Velasco, quienes juntos edificaron una familia con sólidos fundamentos, y en cuya mente siempre estará presente, como fiel constancia de lo imperecedero de su recuerdo. Para Carlos Rodríguez Velasco no debe ser una despedida, sino un amoroso “hasta luego”.