A quienes hemos escuchado los informes de gobierno ya con mediana conciencia de su significado a partir del gobierno de Díaz Ordaz (1964-1970) a la fecha, se nos dificulta (al menos a quien esto suscribe) encontrar en la realidad nacional las constancias físicas y los avances sociales y económicos que cada primero de septiembre nos “receta” el presidente en turno, aunque cuando por azar sucede el avistamiento no aparece en la medida y proporción con las que se nos refieren. “La danza de los millones”, fue uno de los epítetos conferidos al texto de cada informe presidencial, aún desde que don Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) diseñó su campaña de “la marcha al mar”, para significarnos que en los océanos estaba el futuro del país y teníamos que “robarle tierra al mar”. Aunque usted no lo crea. “Dedicamos nuestros esfuerzos a construir miles de kilómetros de carreteras y puentes en bien del país”, se nos informaba levantando atronadores aplausos de los diputados, no obstante, las dificultades de la comunicación y lo limitado de la información no permitía constatar dónde y en qué estaban invertidos los cientos de millones de pesos que danzaban en las alegres cifras informativas. Han pasado los años, transcurridos muchos sexenios de gobierno y aún permanecemos en la eterna duda, porque ese síndrome sigue vigente aun en esta era de la información globalizada. Para comprobarlo bastaría con revisar los más recientes informes de gobierno, que igual a los de antaño pintan un México que no vemos ni encontramos. Escepticismo puro, sí, pero debemos aclarar que ha sido incubado por la desconfianza en el discurso gubernamental, indistintamente de su partido de origen. Igual que en los tiempos idos, ahora, a través de spots se promueve la idea de un buen gobierno, que entrega positivas cuentas, y al igual que antes lo hacíamos, buscamos en la realidad las constancias del dicho oficial sin poder verlas, y cuando bien nos va, las encontramos, pero ya sin el maquillaje discursivo, cual diva de teatro sorprendida al amanecer. De teatro hablamos, que no otra idea evoca al observar en vivo el espectáculo protagonizado por quienes tienen a su cargo el destino de la nación, enfrentando a la vez a sus adversarios cuyas criticas reclaman congruencia del discurso con la realidad. O sea, igual que antes, lo cual nos induce a pensar que al menos en esto tampoco hemos cambiado.