Entre Columnas
Martín Quitano Martínez
Todos los partidos políticos mueren al final de tragar sus propias mentiras.
John Arbuthnot
Para el presidente López Obrador, el cochinero del que fuimos testigos el pasado sábado 30 de julio, “Fue una buena jornada democrática”. El proceso interno de Morena para elegir sus delegados, en el que dice que participaron alrededor de dos millones y medio de personas, fue el escenario de todos los delitos electorales tipificados. Los mismos militantes han denunciado las irregularidades que se cometieron en todos los niveles, pero para el presidente son irrelevantes, han sido desdeñadas y consideradas marginales. Reconoce que hubo acarreos e inducción de votos, “pero en muy pocas casillas, no se generalizó, no es como los conservadores hubieran querido”, manifestó. Y por tan excelente jornada, felicita y reconoce a Mario Delgado y Citlalli Hernández y a los dirigentes que ayudaron en la celebración de las elecciones.
Es decir, todo excelente, rechazando las similitudes observadas con lo malo que hacían o hacen otros partidos. Tan bien la jornada del sábado y domingo, que sirven de ejemplo a los otros, porque se camina en la senda correcta y quienes los critican, incluidos los de dentro, es porque no aprecian las virtudes que los hacen distintos.
El discurrir de la jornada electoral morenista estuvo plagada de irregularidades y malas prácticas, tan evidentes para los que las padecieron como para los que las observaron a distancia. La puesta en duda de la limpieza del proceso electivo, deriva del manoseo y las maniobras señaladas por los mismos militantes; por la sospecha sobre la aplicación de recursos financieros, humanos y materiales de entidades públicas; de las presiones que se ejercieron para que muchos de los votantes acudieran sean burócratas o beneficiarios de programas, o que decir de votos comprados; todos éstos son cuestionamientos de morenistas que miraron con azoro y desesperanza cómo se hicieron de lado los principios y compromisos que enarbolaban la forja de nuevos y éticos comportamientos políticos. Nada de eso se hizo presente.
Aquí vale la pena preguntarse si una elección interna como la vista el pasado sábado 30 de julio, es tan significativamente importante como para abandonarse en contra de las acciones que sustentaran una transformación de las conciencias; si había necesidad de someter el ejercicio interno con tan deleznables hechos, desarrollando las peores prácticas, confrontando el mismísimo discurso presidencial. Más aún, sorprende el desparpajo con el que se presentan los actores de Morena los días posteriores a la elección, por el descaro, por la sonrisa cínica del deber cumplido, por el “aquí no ha pasado nada”, cuando se supone que quieren ser el referente del deber ser, los enemigos del fraude electoral.
Si en una elección interna sucede todo esto, es de imaginarse lo que podemos esperar que suceda en una elección constitucional, digamos, en una “de a de veras”, donde haya contendientes de otros partidos y se jueguen gubernaturas y la presidencia. Sin duda un horizonte desalentador.
La mala imagen que tiene la política y los políticos entre la sociedad, asumiendo que todos son iguales, en el sentido que refiere a suciedad, pragmatismo e intereses mezquinos, se concentra en la impresión de que nada cambia y cuando sucede un cambio es para peor. El pasado fin de semana se dieron suficientes elementos para reforzar que esa voz tan amplia tiene sentido. Qué tragedia.
Al final, la pregunta obvia es qué tanto va a impactar a favor o en contra de Morena lo sucedido en su proceso interno. Si habrá reflexiones o repercusiones desde quienes fueron obligados a participar bajo presiones de todo tipo poniendo su dignidad en prenda, o de los que no están de acuerdo en la forma en que se desarrolló el proceso. Habrá que esperar a ver si los que deciden, piensan que el modelo implementado es tan eficiente y sin fisuras como para considerarlo un ensayo exitoso que deberá ser reforzado y que les dará frutos positivos en las próximas elecciones constitucionales.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Y por todo lo anterior, defender al INE es más necesario que nunca.