miércoles, diciembre 25, 2024

Basta ya de las monarquías

¿Cuál fue el único mérito de una mujer de nombre Elizabeth Alexandra Mary Windsor para convertirse en la reina de su país?

Haber sido la primogénita producto de la concepción de un espermatozoide de Alberto Federico Arturo Jorge, el rey Jorge VI, y del óvulo de Elizabeth Angela Marguerite Bowes-Lyon.

Que luego fue una reina y cumplió su papel como sobria jefa de Estado del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte ya es otra cosa. Qué bueno para sus súbditos que les salió buena la reina. Es cierto: pudo haber sido un desastre, como varios de sus predecesores de la Corona británica.

Escoger al soberano de un país de acuerdo a las reglas monárquicas es un volado: igual sale bien, igual sale mal.

Yo, que soy republicano y creo en la meritocracia, me parece anacrónico que en pleno siglo XXI sigan existiendo las monarquías en países democrático-liberales. (Las monarquías dictatoriales, donde los reyes mandan, me resultan todavía más chocantes).

Hoy se presume que la reina Isabel II siempre respetó las reglas constitucionales de su país. ¡Faltaba más! ¿Pues qué querían? ¿Que las incumpliera? Resulta que por hacer su chamba de representar al Reino Unido vivía… como una reina. Tenía palacios, muebles finísimos, cuadros de colección, sirvientes, coches elegantísimos, carrozas, caballos, guardias y un largo etcétera. ¿Que la propiedad de muchos de estos activos no eran de ella, sino del Estado? Pues sí, pero quien los usufructuaba era ella y su familia.

Qué suerte la de Isabel. Se sacó la lotería sólo por nacer. Luego, “pobrecita”, tuvo que desempeñar con prudencia su papel decorativo como jefa de Estado. Prohibido tenía, y cumplió a cabalidad, meterse en asuntos de gobierno y política pública. Eso le correspondía al Parlamento. Ella recibía las cartas credenciales de los embajadores extranjeros, cenaba con mandatarios de otras naciones y viajaba a los países que alguna vez fueron parte del Imperio británico para ver cómo danzaban aldeanos que habían sido sus súbditos. También, la muy pobre, tenía que gestionar los dolores de cabeza que le generaba la familia real, tan disfuncional como todas.

La reina no gobernaba, pero sí jugaba un papel político importante. Con mucha pompa y circunstancia, reproducía los símbolos nacionales que también servían para mantener la dominación cultural de la rancia aristocracia que presidía.

Eso explica por qué la mayoría de los británicos sigue apoyando a la monarquía. El aparato de propaganda funciona, y muy bien. Tan bien, que en los demás países, incluyendo a México, se sigue con lupa la muerte de Isabel II y la sucesión al trono de su primogénito. Nos encanta ver el boato. Todas las televisoras del mundo lo trasmiten porque, hay que reconocerlo, es un gran show. Una casa real que siempre le ha hecho la competencia a Disney.

¿Cuál es el único mérito del nuevo rey Carlos III?

Haber sido el primogénito de un espermatozoide de Felipe Mountbatten y de un óvulo de Elizabeth Alexandra Mary Windsor, la reina Isabel II. Bueno, y démosle crédito a otro mérito más: aguantar décadas a que su madre se muriera a los 96 años de edad para llegar al trono.

Que crucen los dedos los británicos. Igual y les sale bueno Carlos, igual y no.

Es un volado.

Ridículo que en pleno siglo XXI sigan existiendo monarquías, aunque estén subordinadas a los gobernantes plebeyos. No puede justificarse que alguien lidere a un país, aunque sea simbólicamente, tan sólo por sus genes (antes le decían “sangre azul”). Son mejores los regímenes parlamentarios donde al jefe de Estado lo eligen los representantes del pueblo por su mérito y tienen un periodo definido de servicio. Es más justo para la sociedad y minimiza la posibilidad que el monarca sea o se convierta en un cretino.

Y, ojo, no estoy en contra de la pompa y circunstancia que deben tener todas las naciones como parte de sus rituales identitarios. No me molesta el carruaje con decenas de corceles paseando el féretro de la soberana. Lo que me parece insostenible es que la persona que representa a esa nación, aunque no tenga poder de decisión gubernamental, sea porque nació de cierto padre y madre en un preciso momento del tiempo. Se trata de una concepción arcaica que debe superarse.

El Parlamento debería escoger a su jefe de Estado entre los cientos de británicos tan destacados que hay. Mejor, por ejemplo, Paul McCartney, Mary Beard o Richard Branson, que Carlos, cuyo único mérito es ser hijito de su mami.

¡Que vivan la repúblicas!

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