martes, noviembre 5, 2024

Contra el libro 1/3

Sin Tacto

Veo un meme en el que aparecen dos fotografías. En la primera se ve un vagón
del Metro de la ciudad de México con ocho personas, y cada una va leyendo un
libro; es de hace 30 años. En la segunda imagen se ve el mismo vagón, en la
actualidad, y hay otras ocho personas, pero todas están mirando su celular.
El anónimo autor del meme quiso dejar constancia a su manera de que los
tiempos pasados fueron mejores, cuando según él todos llevaban un libro y se
instruían con él mientras se trasladaban de un lado a otro de la ciudad, contra
nuestra realidad actual, en la que todos están enajenados con su celular, y pienso
que piensa que todos están perdiendo el tiempo viendo fruslerías o chateando sin
ton ni son.
Ante el meme, tengo varias cosas que decir, pero antes haré una precisión que
considero necesaria:
Mi formación de vida, mi educación formal, una buena parte de mi
entretenimiento y mi desarrollo profesional siempre estuvieron sustentados en los
libros; en ellos abrevé desde niño -por fortuna en mi infancia no llegaba la señal de
televisión al pueblo- y a partir de ellos me formé (o deformé, según cada criterio) y
estuvieron acompañándome durante toda mi existencia.
Estudié la carrera de Letras, y ahí me acerqué todavía más a los libros, y
encima me dediqué a aprender el oficio de editor con mi amigo y maestro Jorge
Ruffinelli. Así que pasé de ser lector y estudioso de los libros a ser fabricante de
ellos desde el punto de vista material. Y también escribí algunos, lo que pretendo
seguir haciendo.
Así que si alguien ha querido a los libros en cuanto objetos manuales soy yo
mismo. Cien títulos en los que aparezco como editor y seis de los que soy autor

dejan constancia publicada de mi fervor y mi trabajo. Y además me pasé media
vida cargando mi biblioteca personal (unos 3 mil volúmenes) por todo el país,
hasta que, en un arranque de sentido común, decidí donarlos a la biblioteca del
plantel Número 1 de Conalep, “Profesor J. Refugio Esparza Reyes”, de
Aguascalientes, y tengo constancia de que han sido aprovechados por los
alumnos de esa querida institución. Ahora cargo mi celular o una tablet, y ahí
encuentro prácticamente todos los libros que quiero. Y puedo verlos a la hora que
yo quiera.
Pienso que el libro como vehículo de transmisión del conocimiento y la cultura
ha sido superado, y no lo queremos aceptar por una añoranza mal entendida.
Somos como aquellos nostálgicos que no querían ver la televisión a mediados del
siglo pasado porque pensaban que era una afrenta en contra de la radio y del
cinematógrafo… o como los viejos nostálgicos de ahora que no quieren aprender
a usar debidamente el celular “porque eso es cosa de chavos”.
Mañana seguiré con el tema…

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