Aclaro que no voy a referirme aquí a algún político conocido por ese nombre de pila en las cercanías de Veracruz, por si alguien llegó a pensarlo al leer el título de este “Sin tacto”.
Quiero hablar de quien fue durante muchos años de su vida el vecino de uno de los más grandes artistas de la humanidad, Michelangelo Buonarroti (Miguel Ángel para quienes hablamos español), el artista inmortal que nació en Caprese el 6 de marzo de 1475 y falleció en Roma el 18 de febrero de 1564. La Wikipedia dice lo que casi todos saben: que fue “un arquitecto, escultor, pintor y poeta italiano renacentista, considerado uno de los más grandes artistas de la historia tanto por sus esculturas como por sus pinturas y obra arquitectónica. Desarrolló su labor artística a lo largo de más de setenta años entre Florencia y Roma, que era donde vivían sus grandes mecenas, la familia Médici de Florencia y los diferentes papas romanos.”
Y pienso en el vecino del escultor, allá en una casa de la Toscana florentina, porque imagino las que debió pasar con un artista en la casa de junto que se la pasaba horas y horas esculpiendo grandes piedras de mármol.
Toc por aquí y toc por allá durante las horas primeras del sol naciente; toc por aquí y toc por allá durante la siesta del mediodía, toc por aquí y toc por allá en las que debían ser plácidas tardes dedicadas al descanso, toc por aquí y toc por allá en las altas horas de la noche, porque parecía que el divino artista no tenía llenadera para producir y nunca dormía ni descansaba.
Para hacer La Piedad, imaginen, don Miguel Ángel se tardó ni más ni menos que la friolera de cuatro años. Piensen pues en la familia de junto, que todo el día tenía que estar soportando el golpeteo del martillo y el cincel sobre la dura roca. Seguro era para volver locos a todos.
Lo bueno era que el famoso artista se la pasaba en parte huyendo de sus mecenas cuando caía de su gracia o viviendo en otros lugares mientras hacía obras por encargo. Por ejemplo, los vecinos florentinos tuvieron un descanso de ocho años de la golpeadera de Miguel Ángel cuando éste estuvo en Roma pintando la Capilla Sixtina. Pero el capresiano vivió añísimos y su carrera duró casi 70 años.
Quiero creer que aquellos señores locos por los martillazos de don Michelangelo cuando menos se compensaban con la idea de que estaban asistiendo -más bien oyendo- al nacimiento de obras de arte inmortales.
Pero yo acá, mientras escribo estas líneas, no dejo de escuchar los martillazos de un trabajador que emula a los grandes escultores de la historia, porque desde hace cuando menos dos meses se la ha pasado todo el día dándole con el martillo y el cincel, hasta el grado que nos tiene echada a perder la paz y la tranquilidad a todos los vecinos de esta ruidosa calle.
¿Será un moderno escultor que trabaja la posteridad ofreciendo las exquisiteces de su arte? ¡No!
Acá lo que padecemos es un albañil -bendito sea- que, como todos sus congéneres, hace del mazo su herramienta consentida, y la pone a hacer ruido con el menor pretexto. Y lo único que va a salir de tanta molestia será una casa medio mal hecha.