Muchos de los titulares periodísticos de ayer hicieron amplia narrativa sobre las elecciones presidenciales de Brasil celebradas el domingo pasado, cuyos resultados avisan del apretado triunfo de Lula da Silva sobre el aún presidente Jair Bolsonaro. Se hace referencia al avance de “gobiernos de izquierda” en las principales economías de América Latina, como si eso fuera un triunfo en común de “la izquierda”. Acá en México, el presidente López Obrador informa de su conversación telefónica con Lula, quien “ama a México”. ¿Pero, en realidad cuánto de esa celebrada noticia nos beneficia en México, o a las poblaciones de Argentina, Colombia o Chile? Dicen las notas periodísticas que “los electores votaron por la izquierda” ¿en realidad ¿será así? Porque tendríamos que preguntar al votante brasileño si votó “por la izquierda”, o por Lula, o contra Bolsonaro, quien perdió por muy estrecho margen evidenciando a una sociedad brasileña políticamente dividida, que mucho trabajo dará a Lula unificar o al menos restañar las heridas; de tal manera que no podrá tener mucho tiempo para “amarnos”. Pese a lo insufrible que para muchos resulta Bolsonaro debido a su pésima conducción de la pandemia, a su nula empatía con el sufrimiento de los pobres de su país y su desparpajo en permitir la deforestación en el Amazonas brasileño este señor obtuvo casi la mitad de los votos depositados este domingo. Habrá nuevo presidente en Brasil, Bolsonaro, igual que Trump en los Estados Unidos formará parte del contexto oposicionista de su país rumiando la derrota, pero planeando regresar por sus fueros, aunque esas exigencias en nada cambian ni influyen en la solución de nuestros problemas en México. Porque aquí, la población mexicana se debate entre problemas de gran envergadura: violencia desenfrenada, el crimen organizado, cuya virulencia avanza sin tope alguno; una inflación que pese a los esfuerzos del gobierno no cede; nuestra economía no alcanza a crecer a los parámetros establecidos en 2018, y ya sabemos que sin crecimiento económico no hay desarrollo económico ni bienestar social. Para mala fortuna, además de esos problemas nuestro gobierno enfrenta día a día nuevos retos: demostrar que las obras emblemáticas que lo justificarán en la historia cumplirán efectivamente con el propósito que las inspiró; consolidar el proyecto de nación que se ha propuesto instalar en el país, para cuyo fin debe ganar la elección en 2024. Aunque en lo inmediato debe enfrentar la realidad cotidiana que presenta nuevos desafíos, como aclarar lo del caso Ayotzinapa, que en el imaginario colectivo se está constituyendo en un problema muy probablemente superior al de la Casa Blanca de Peña Nieto. Así que Lula en Brasil y López Obrador en México tienen sus propios retos, aunque en contextos nada parecidos, sobre todo el geopolítico, porque nuestra cercanía al país más poderoso del planeta produce ingredientes adicionales de mucho peso específico. Ni más ni menos. Sin embargo, debemos reconocer que el triunfo de Lula en Brasil servirá para condimentar el cotarro político mexicano con la interesada versión de que los pueblos de América Latina están votando por “la izquierda” como subliminal mensaje para llevar agua a su molino. Cierto o no en política se vale, aunque solo sea para ganar votos.