Si, la política es una de las actividades sociales del hombre con mayor carga de bendiciones por cuanto al propósito que la dinamiza: conseguir el mayor grado de armonía social y la satisfacción de las necesidades colectivas en busca del bienestar general. Paradójicamente, para el común de la gente “la política” es considerada una actividad sucia, plena de traiciones, enmarcada en simulaciones y mentiras por doquier. Aunque lamentablemente esto último se compagina fielmente con la realidad, no debemos eludir un hecho inexorable e inocultable: quien implementa las acciones de la política es el Hombre, así con mayúsculas, y luego entonces a este debiera atribuirse la causa del porqué la política es como dicen que es. Este axioma permitiría concluir que sería un genuino boomerang para quienes arguyen sobre la “suciedad” de la política, la actividad sine qua non vivir en armonía social sería prácticamente imposible. Tal es de una certeza universal, porque al margen de la política está la guerra, considerada esta como la ausencia de argumentos válidos, o ficticios, para negociar. Cuan ilustradora es la frase atribuida a Luis XIV, el catalogado como “el Rey Sol”: “me halaga, pero me gusta”, al referirse a la zalamería con la cual los súbditos acostumbran e endulzar los oídos del poderoso, es decir, parado sobre sus dos pies, estaba consciente de las simulaciones a su favor, pero, hombre al fin, era sensible al halago fácil e interesado. Aún más, pensadores excelsos en su tiempo, como Voltaire, Diderot y Montesquieu, críticos de la monarquía absoluta, buscaban en ávida competencia ser invitados por Madame de Pompadour, la favorita de Luis XV, a las fastuosas reuniones de la Corte. Un profundo escrutador de la sociedad y del sistema político de su tiempo, Thomas Hobbes, no precisamente un pesimista, escribió con singular conocimiento de la naturaleza humana: “En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales.” O, también su conocido aforisma: “El hombre es el lobo del hombre”, significando con tal sentencia la propensión del ser humano a protagonizar acciones para dominar al otro, de allí las guerras de conquista e invasiones al territorio ajeno, de allí también el prurito humano para conseguir poder, esa “divina” energía que lo aloca y obnubila, desnudándolo para mostrarlo tal cual es: una hoja al viento a merced de sus ambiciones. Y sin embargo, casi todos buscamos el poder, porque es condición inherente a nuestra naturaleza y, también, casi todos denostamos a la política, que de poder hablar seguramente expresaría ¿“Y yo, por qué?”