El pueblo bueno es pobre y no hay pobres malos: las personas se envilecen cuando se convierten en clase media aspiracionista. No es que todos los ricos sean malos, pero sí son conservadores. No entienden, por ejemplo, que los militares son pueblo uniformado: que vienen de abajo y por eso son buenos; además han ayudado mucho porque México ya no es como antes, cuando otros gobiernos quisieron usarlos como policías. En cambio, hoy ha renacido el juarismo con un gobierno civilista.
El pueblo sufría porque había intermediarios corruptos que se quedaban con el dinero: eran la mafia del poder y formaban una minoría rapaz que no hacía más que robar. Pero eso se acabó porque ahora ya no hay corrupción. Las escaleras se barren de arriba hacia abajo y no se tolera la corrupción. Las aportaciones al movimiento son bienvenidas porque no son corrupción, sino colaboración valiente de quienes creen en la transformación. Y el dinero se usa para devolver al pueblo lo robado.
Por lo demás, la historia política nos enseña que solo han existido dos grupos (en toda la historia y en todos los sitios): los liberales y los conservadores. Se distinguen con claridad: los liberales están con el pueblo y los conservadores defienden sus privilegios propios. La democracia es muy importante, porque gracias a ella el pueblo puede expresar su voluntad a través del gobierno y de su dirigente. También sirve para hacer consultas y preguntarle (directamente al pueblo) qué quiere. Dada esa división histórica, quienes se oponen o critican al gobierno contradicen al pueblo y traicionan a la patria. Por eso deben ser denunciados sin matices y sin medias tintas: no por lo que dicen sino por sus aviesas intenciones. Está prohibido prohibir, pero el gobierno tiene la obligación de informar y el derecho de desnudar los propósitos de quienes lo critican.
En la lucha histórica entre conservadores y liberales la prensa, con muy contadas excepciones, ha sido aliada de los conservadores. A ella se han sumado los científicos y los intelectuales orgánicos que se niegan a reconocer la voluntad popular encarnada en el gobierno. Ellos mienten con datos falsos o mal interpretados. Lo mismo hace la así llamada sociedad civil y sus movimientos clasistas, racistas y discriminadores. En cambio, en el gobierno del pueblo hay tres principios de aplicación obligatoria: no mentir, no robar y no traicionar.
La misión fundamental de esta etapa histórica es dejar atrás la larga noche neoliberal que duró 36 años (exactamente). Para eso es preciso desmantelar las instituciones falaces que decían proteger los derechos de las minorías, pero que no servían más que para repartir cargos con salarios más altos que el del presidente. Ahora impera la austeridad: la republicana y, de ser necesario, la pobreza franciscana, porque no puede haber gobierno rico con pueblo pobre. Como ya no hay corrupción, se ahorra mucho dinero que se transfiere a las obras que el pueblo pide a través de las consultas y las giras del jefe del Estado y que se construyen, venturosamente, con el respaldo del pueblo uniformado. Lo que sobra se reparte entre estudiantes, aprendices de oficios, adultos mayores, personas discapacitadas y campesinos, entre otros grupos vulnerables.
Para lograr sus cometidos, el gobierno debe sortear las trampas de las leyes en aras de la justicia. Esta —la justicia— es la base principal de la estrategia para erradicar la violencia del país con el respaldo honesto y eficaz de las fuerzas armadas. Mientras adviene el momento de la paz, es preciso mantener vigentes las normas que permiten encarcelar sin juicio previo a quienes son imputados como criminales, pues los jueces también se corrompieron. El pueblo es sabio, es feliz y manda: el pueblo pone y el pueblo quita.