jueves, abril 25, 2024

Buenos jugadores, gran afición y mejor negocio, pero pésimos directivos

El rotundo fracaso de la Selección Mexicana en el Mundial de Qatar ya no es un tema que se pueda atribuir a la falta de jugadores preparados y con roce internacional, como se justificaba durante décadas nuestro triste desempeño mundialista; tampoco se puede hablar de una falta de apoyo de la sociedad mexicana al seleccionado nacional porque el futbol se ha convertido, a fuerza de gusto popular, mercadotecnia y difusión mediática, en todo un fenómeno social que convoca a multitudes y paraliza al país en los partidos del equipo tricolor en cada Mundial; mucho menos se podrá argumentar falta de recursos económicos y financiamiento para preparar, entrenar y convocar a un equipo competitivo con los mejores jugadores, los más hábiles y motivados de la liga nacional y las distintas ligas internacionales donde ya juegan y brillan los mexicanos.
 
Y entonces ¿cuál es el problema por el que México retrocede y se achica en la justa mundialista y por qué tenemos que seguir soportando decepciones y fracasos cada cuatro años, en un evento en donde muchos (Federación, patrocinadores, empresas televisivas y dueños de equipos y jugadores) ganan millones de dólares, mientras los mexicanos sólo nos quedamos con el doloroso y amargo sabor de la derrota?
 
Llegó el momento de llamar a las cosas por su nombre: el problema actual del futbol nacional ya no son los jugadores, la falta de recursos económicos y mucho menos la falta de financiamiento en una industria millonaria y fuente de enriquecimiento para un puñado de empresarios.
 
El problema por el que México y su selección no pueden pasar de la mediocridad y el fracaso son los directivos de la Federación Mexicana de Futbol. Los millonarios intereses que rigen el manejo del futbol nacional, defendidos por los dueños de equipos, de televisoras y de empresas y patrocinadores que hacen de un deporte masivo y popular, un lucrativo negocio en donde imperan la corrupción, la falta de transparencia, los favoritismos, el tráfico de influencias, la explotación de jóvenes jugadores vistos como mercancía, pero sin derecho a opinar ni decidir sobre su vida profesional, y sobre todo el manejo de un equipo nacional visto como un imán para los patrocinios y negocios, más no como una selección que represente y convoque a los jugadores con más méritos, capacidad, talento y experiencia para representar al país en un evento con el más alto nivel competitivo, como es un Mundial de Futbol que tiene lugar actualmente en Qatar.
 
¿Quién se hace responsable de los efectos que provoca la constante decepción y la impotencia de la afición nacional que, aun con todo su entusiasmo, su empuje y el enorme esfuerzo que realizan para gastar su dinero y comprar lo mismo playeras oficiales a precios desorbitados (2 mil pesos una prenda que representa casi 3 semanas de trabajo para un trabajador que gana el salario mínimo) o para pagarse un viaje de 250 mil pesos al medio oriente para apoyar a una selección que no está armada ni preparada con criterios profesionales sino por intereses económicos y que sólo va a decepcionarlos una y otra vez?
 
Es cierto que el futbol es un negocio particular y que no involucra recursos públicos, pero el impacto de las decisiones que toman los directivos de la Femexfut y el selecto “club de caballeros” que dominan y controlan ese negocio, son de dimensiones sociales amplias y tendrían al menos una responsabilidad ética de manejarse como una industria socialmente responsable y con la ética y la transparencia que ameritan la confianza, tiempo, recursos y esperanzas que depositan en ellos millones de mexicanos en cada evento mundialista.
 
Es muy fácil culpar al técnico nacional o a los jugadores de cada fracaso: que si Hugo Sánchez no hizo los cambios a tiempo; que si Manuel Lapuente se equivocó en su planteamiento o que si Gerardo el Tata Martino es un extranjero que no quiere ni entiende al futbol mexicano. Pero la realidad es que técnicos y jugadores son el eslabón más débil de una larga cadena de intereses económicos, corrupción y tráfico de influencias de quienes dirigen y manejan a la selección mexicana y al multimillonario negocio que representa el futbol.
 
¿Cómo explicar, si no, que se convoque a jugar a un Mundial a jugadores que están lesionados y que tenían meses sin jugar como Raúl Jiménez o Rogelio Funes Mori, que apenas se había recuperado en octubre de una lesión que lo tuvo 4 meses fuera de juego, mientras se desdeña y rechaza a otros jugadores que están teniendo gran desempeño y nivel de juego en sus equipos, como el caso más visible de Santiago Giménez, el mexicano de 21 años, que jugando con el equipo Feyenoord de los Países Bajos, donde es actualmente el campeón de goleo de la competitiva Liga Europea de Futbol?
 
La única conclusión posible es que ese tipo de decisiones obedecen a las presiones, intereses e influencias de los equipos que son dueños de las cartas de los futbolistas y que, por lo mismo, administran las millonarias ganancias que los jugadores reciben por patrocinios.
 
En resumen, llegó el momento de que la Federación Mexicana de Futbol y los dueños del negocio millonario que rodea a este deporte, asuman la responsabilidad que les corresponde como causantes del fracaso repetido y constante de la selección, y particularmente de este triste desempeño en Qatar, que representa el peor resultado para una selección nacional en 44 años, desde Argentina 78?
 
 Y sí, dirán que es solo un juego, pero si con eso lucran hasta obtener cantidades exorbitantes de negocios, también lo hacen con las ilusiones y las esperanzas de millones de personas que les financian su negocio sin recibir a cambio una mínima explicación, ya no digamos una satisfacción o una alegría en un país ensombrecido por la violencia y los problemas.
 
¿Para cuándo las renuncias de Yon de Luisa y de Mikel Arriola que debieron haber llegado junto con la del Tata Martino? ¿O será que siguen ocupados dándose la gran vida de lujos y desplantes en Qatar?
 
NOTAS INDISCRETAS… Algo grave está pasando en la relación, tan cercana y cuidada, que tenía el presidente López Obrador con el ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia, Arturo Zaldívar. Porque ayer Zaldivar le mandó invitación a todos sus compañeros ministros para la comida de fin de año que tradicionalmente se realiza en la Corte y les dijo que el evento sería el 15 de diciembre próximo y contaría con la presencia del presidente López Obrador como invitado de honor. Pero al parecer, al ministro presidente del Poder Judicial nadie le avisó que López Obrador estará el 15 de diciembre en Perú para asistir a la reunión de la Cumbre de la Alianza del Pacifico, en la que México entregará la presidencia del organismo al presidente peruano, Pedro Castillo. Es la reunión que se iba a realizar el pasado 23 de noviembre en la Ciudad de México, pero que tuvo que posponerse por el impedimento del Congreso del Perú a que viajara el presidente Castillo y también por las tensiones y molestias que provocó la votación en la presidencia del BID en la que varios países latinoamericanos le dieron la espalda a México y a su candidato. El caso es que la descortesía de la Presidencia, para con la Corte y su presidente, confirman que la relación entre los titulares de los dos poderes no está en su mejor momento y que el berrinche y enojo del presidente López Obrador, tras el fallo de los ministros que eliminó la prisión preventiva oficiosa para delitos fiscales como defraudación y factureros, ya afectó la luna de miel de cuatro años entre Zaldívar y el inquilino de Palacio. Eso por un lado y por el otro, tras el anuncio de la comida, al interior de la Corte hay ministros que comentan que Zaldívar está empujando ya, abiertamente, a su candidato para sucederlo, que es el ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena. Se vienen tiempos agitados en la Corte, tanto por la sucesión interna, que ya provoca fricciones, choques y jaloneos, como por la relación con el Poder Ejecutivo… Los dados mandan Serpiente doble. Mala racha.

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