Cuando escuchamos la palabra tango, en nuestras mentes aparecen las naciones de Argentina y Uruguay: los nombres de Carlos Gardel, Julio de Caro, Enrique Santos Discépolo; letras de tangos memorables como: “Mi noche triste”, “La Cumparsita”, “Volver”, Mi Buenos Aires Querido”, “Yira, Yira”, “Por una cabeza”. Si pensamos en su instrumento musical, inmediatamente surge el Bandoneón, y junto a él aparece la imagen de Astor Piazzolla. Sí, lo imagino tocando su inmortal: “Adiós Nonino”, “Balada para un loco”, “Libertango”. Sí, imagino al Bandoneón con ese sonido tan particular, con ese tono tan sugestivo, que provoca la sensación de que el instrumento llora, canta, siente, añora, suspira…
Sabemos que el inmortal Carlos Gardel fue quien le dio voz al tango; el primer tango que cantó se llama: “Mi noche triste”. A partir de aquí el tango adquirió poseía, sentimientos, crítica, drama, tristeza, se volvió chillón y llorón. Este tango fue el que se universalizó, gustó y nos sigue gustando, porque, quién no suspira con: “Si supieras, que aún dentro de mi alma, conservo aquel cariño que tuve para ti, quién sabe si supieras, que nunca te he olvidado, volviendo a tu pasado, te acordarás de mí…” o, cuando pasen los años, quién no sentirá nostalgia al momento de escuchar: “Adiós, muchachos, compañeros de mi vida. Barra querida de aquellos tiempos. Me toca a mí hoy emprender la retirada, debo alejarme de mi buena muchachada. Adiós, muchachos, ya me voy y me resigno, contra el destino nadie la calla. Se terminaron para mí todas las farras. Mi cuerpo enfermo no resiste más…” Y así, verdaderos clásicos que se han convertido en himnos universales. Ese fue el tango de Gardel, Discépolo, y toda la vieja guardia, empero, cuando el tango ya era de prestigio universal, apareció un genio que vino a modificarlo, o, mejor dicho, a meterle otro estilo, su estilo, único en su época. Este genio se llama Astor Pantaleón Piazzolla.
Cuando Piazzolla empezó a modificar el tango a través de sus composiciones, los tangueros de la vieja guardia se le fueron encima. De entrada, sus innovaciones produjeron un nuevo tango que estaba mezclado con jazz, y posiblemente lo que más les dolía a los ortodoxos era la ausencia de la voz. Con el paso de muchos años las pasiones bajaron y Piazzolla fue reconocido como un genio que no cambió el tango clásico, al contrario, lo mejoró, lo revolucionó y nos dejó una nueva y muy particular manera de escuchar y sentir el tango. Porque los orígenes de esa revolución se encuentran en la misma esencia del tango: el Bandoneón. Sólo que Astor dirigió varias orquestas, octetos, quintetos, y aquí le metió otros sonidos, ritmos, maneras. Un estudioso del tango como lo es José María Otero nos cuenta en su libro: “ABC del Tango”, cómo Piazzolla llegó al tango:
“En 1938 descubriría el tango. Fue cuando Elvino Vardaro actuó en Mar del Plata con su sexteto, en el que tocaban Troilo, Jorge Fernández, José Pascual, Caracciolo, Hugo Baralis y el fabuloso violinista director. Astor, entusiasmado, pensó: “Quiero hacer esto”. Y le volvió a suceder cuando arribó la orquesta de Caló, a cuyos integrantes, en el hotel les hizo escuchar a Bach y Bernstein en su Bandoneón. Caló lo invitó a viajar a Buenos Aires, el padre le dio 200 pesos y hacia allí viajó el 8 de julio de 1939 acompañado de un amigo de la familia. Astor no conocía Buenos Aires ni sus noches, ni su misterio y códigos. Muchas veces sintió el peso de la soledad. Para sobrevivir tocó fugazmente con Caló, Francisco Lauro y Gabriel Clausi. Pero su gran descubrimiento fue la orquesta de Aníbal Troilo, formada en 1937 y a la que acudía diariamente a escuchar a la Germinal. Se hace amigote para siempre de su violinista, Hugo Baralis, y en una ocasión, tomando café, le confiesa: “Me sé de memoria todos los temas de la orqueta y puedo tocarlos sin leer música, ¿por qué no le decís a Troilo que me dé un sitio? Hugo lo miró con extrañeza y le dijo que Pichuco lo vería muy pibe para tocar con ellos. Pero una noche Astor notó un clima raro en el Germinal y era porque faltaba Toto Rodríguez que estaba enfermo y se complicaban las actuaciones del fin de semana. Rápido, volvió a la carga de Baralis: “Ésta es la mía, hablá con Troilo. Voy a buscar el Bandoneón a la pensión y vuelvo.” Regresó a toda prisa, Baralis no aparecía y pese a su timidez, lo encaró a Pichuco que estaba al tanto de todo: “¿Así que vos el pibe que conoce todo mi repertorio? Está bien, subí y tocá. Tocó dejando la vida en cada nota y al terminar, Pichuco, en su jerga indirecta, le dejó el mensaje: Pibe, nosotros actuamos con pincha azul, ya sabe…”
A partir de este encuentro con el tango, Piazzolla empezará a darle una nueva estética. No obstante, su relación más íntima y sus creaciones más importantes siempre las realizó con el Bandoneón, y es que este instrumento tan determinante en la vida del tango llegó a la vida de Piazzola cuando era un niño de aproximadamente nueve años. Su padre Vicente Piazzolla, apodado “Nonino”, viviendo en Nueva York le regaló a su hijo un Bandoneón, y con el instrumento de su vida en manos vivió la siguiente experiencia que es una anécdota bellísima y muy especial para los amantes del tango:
Carlos Gardel a finales de 1934 estaba en Nueva York con su equipo de guitarristas, colaboradores, etc. Alquiló un penthouse y en una mañana neoyorquina sucedió lo siguiente:
“Una mañana primaveral, Alberto Castellano salió del apartamento para comprar botellas de leche, y al regresar se percató que había dejado la llave adentro. Un niño de trece años, que había subido hasta ese piso con el ánimo de conocer a Gardel, contemplaba la escena. Su padre, un argentino residenciado en Nueva York con su familia hacía varios años, de nombre Vicente Piazzolla, era amante de sus tangos y había mandado al muchacho a que se presentara ante el cantor con un muñeco a escala de su figura, hecho en madera.
Castellano le pidió el favor al niño de que se colara por una ventana y le abriera la puerta desde adentro. Gardel es el de pijama azul con pintitas blancas. Una vez adentro, (Le Pera de mal humor, Gardel con una sonrisa a flor de labios), se presentó ante ellos. Su nombre: Astor.”
Luego luego se estableció una amistad entre el gran Carlos Gardel y el adolescente Astor Piazzolla. Convivieron y como Gardel no hablaba inglés Astor se convirtió en su traductor. El joven un día llevó el Bandoneón que le había regalado su papá y le tocó a Gardel. Pasó de todo en el poco tiempo que compartieron los amigos Gardel y Piazzolla. Lo que estoy narrando no es una historia de película, pero quiero decirles que el final es al mero estilo de Hollywood, porque el lector hoy día puede conseguir la película: “El día que me quieras” y allí podrá ver y escuchar cantar a Gardel y a Piazzolla actuando de canillita.
Para Piazzolla el Bandoneón fue determinante en su vida. Este instrumento lo llevó a conocer a Gardel, a crear música, modificarla, a tocarla como nadie más lo ha hecho, y, sobre todo, a componer una de las piezas musicales más bellas de la historia de la música universal, me refiero al tango: “Adiós Nonino”, compuesto en 1959 para despedir a su amado padre, a su querido viejo Nonino. El sentimiento, la pasión, la tristeza, el dolor que expresa este tango es indescriptible, inenarrable… de pensarlo hasta se enchina la piel…
Finalmente, el Bandoneón llegó a su vida por regalo de su padre y con el mismo instrumento despidió a su amado viejo…Adiós Nonino, Adiós Piazzolla, ¡Viva el tango!
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