Triste espectáculo ofreció a la ciudadanía mexicana la bancada legislativa de MoReNa y la de sus partidos adláteres al aprobar ipso facto y sin previo estudio una iniciativa de reformas electorales plagada de inconsistencias legislativas y constitucionales. No es la primera ocasión, por cierto, que en el recinto donde se elaboran las leyes de este país se procede con tal incongruencia, actuaron de manera análoga cuando aprobaron en la misma lógica de Plan B las leyes referentes a la energía eléctrica, cuya inconstitucionalidad sigue sujeta al criterio de los jueces. Este vergonzoso episodio es producto de la abdicación de sus funciones por parte de quienes integran el Poder Legislativo, porque en actitud obsecuente y servil aprueban acríticamente lo ordenado por el titular del Poder Ejecutivo. Este fenómeno es iterativo en el escenario político mexicano y no es exclusivo del actual partido en el gobierno, que sigue al pie de la letra el script diseñado cuando el PRI tenía el mando presidencial, lo cual por supuesto no significa su correcto procedimiento sino una patología inherente a nuestro Sistema Político. La supeditación del Legislativo al Poder Ejecutivo en nuestro país forma parte de nuestra historia, si intentamos explicar el porqué de su permanente dependencia encontraremos que esta tiene raíz en el régimen presidencialista, en el que la figura presidencial adquiere rango superlativo respecto a los dos Poderes restantes. Sin embargo, nuestra historia más reciente registra la manera en cómo, ya en plena alternancia y sin ordenanza presidencial, las bancadas del PRI y del PRD se aliaron para entorpecerle al panista Fox las reformas fiscal y energética que pretendía llevar a cabo, frustradas entonces por la sinergia compartida entre ambos partidos. Pero la versatilidad del Legislativo también había aflorado durante el gobierno de Salinas de Gortari (1988-1994), cuando el PRI y el PAN hicieron pareja en contra de los propósitos del PRD de desplazar al PRI-gobierno del centro del Poder. Esa dupla se convirtió en tripleta cuando la dirigencia “Chuchista” del PRD aceptó sumar fuerzas con el PRI y el PAN para aprobar las reformas iniciadas por Peña Nieto, lo cual dio ocasión a López Obrador para separarse paulatinamente del PRD y formar en 2011 el Movimiento que se convirtió en Partido Político en 2014 llevándose consigo los mejores cuadros políticos del Sol Azteca. Es decir, el presidencialismo provocó la supeditación de los otros poderes al Ejecutivo, primero con el PRI, después con el PAN y ahora con MoReNa. Ante esa constancia histórica, si queremos un Poder Legislativo protagónico y no supeditado al titular del Ejecutivo quizás la propuesta de un gobierno de Coalición sea la vía más inmediata. El único impedimento, no menor, será encontrar la forma de conciliar intereses entre las diferentes fuerzas políticas del país, y tal es asunto de las circunstancias. Pero esa es otra historia.