La virgen de Guadalupe diariamente ilumina el camino de millones de mexicanos que le tributan fe y devoción a cambio de amor y esperanzas en sus atribuladas existencias. Particularmente el 12 de diciembre, día destinado a su adoración para rendirle en merecida pleitesía las muestras de esa fe inquebrantable que se multiplican por doquier, dentro y fuera del país donde respire un mexicano. Los racionalistas darán la explicación a ese fenómeno de manifestación de fe, habrá quienes coincidan, otros abjurarán. Pero ¿cómo no buscar en el vasto espacio de lo insondable el fecundo alivio a las desventuras cotidianas? Más aún, en un país cuya rutina diaria transita por caminos sembrados de ortigas: inseguridad, sistema de salud deficiente, pandemia, inflación, etc. Así lo atestigua la constelación de noticias teñidas de rojo que preñan con inagotable fruición los noticiarios a cualquier hora del día y de la noche. En Puebla, entre sábado y domingo se registraron nueve muertes con violencia; en Guerrero también este fin de semana se regó sangre de 7 víctimas de la violencia; en Michoacán y Guanajuato las autoridades locales han sido rebasadas; y si volteamos hacia el norte, el panorama tampoco luce halagüeño, pues Zacatecas sucumbe ante el embate de la delincuencia, Sonora tampoco escapa a ese mal, compartiendo con Sinaloa y Baja California la lúgubre categoría de ser víctimas cotidianas de esa maligna patología social. Aunque no debiéramos mostrarnos sorprendidos, porque en 2021 desde los Estados Unidos se nos avisó acerca del predominio de los grupos delincuenciales sobre la Estado Mexicano en un tercio del territorio nacional, terrible diagnóstico que aparentemente no parece ser erróneo. Pero el universo de la convivencia es vario pinto, de imponente claroscuro, porque lo mismo nos confrontamos por motivos de convicciones e intereses políticos en frenética búsqueda del poder, que nos mantenemos inmersos en la insoslayable preocupación por el sustento diario, o bien a la defensiva para eludir los riesgos de un secuestro, ser rehenes de la extorsión o sujetos de desaparición forzada. Por si no bastara, un manto de sombrío aspecto se cierne sobre nosotros, caracterizado por la amenaza latente de un nuevo criminal rebrote de la pandemia, que ya mantiene en vilo a la población estadounidense ¿de qué privilegios gozamos en México para pensar que somos inmunes? No lo somos, por supuesto, y pese a que las autoridades de salud actúan como si la pandemia fuera cosa del pasado, por recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) debemos permanecer a la defensiva adoptando las medidas preventivas de rigor. Como bien lo canta en sublime estrofa el vate Díaz Mirón: “no viendo más que sombra en el camino, me contempla el resplandor del cielo”. En esos términos se circunscribe la búsqueda metafísica de los mexicanos en pos de paz y tranquilidad para por medio de la fe encontrar alivio al drama de todos los días.