Un estimado lector me relata algo que le sucedió -o más bien le está sucediendo- y no resisto la tentación de contar aquí lo que me dijo, con el entendido de que, aunque usaré mis palabras y mis modos, la historia es suya.
Mi corresponsal me informa, primero, que vive en una casa cuya parte de atrás da a una avenida. Justo enfrente de ella había dos terrenos baldíos, que estuvieron así durante muchos años hasta que el 4 de enero de 2022 llegaron unos hombres con sendas máquinas y empezaron a desbrozar el terreno.
Sí, precisamente hoy se cumple un año de aquel inicio y por eso escogí este día para narrar lo que me dio a conocer mi amigo:
—Pues llegaron esos hombres y empezó, como todas, la construcción de una casa, Así que nos preparamos para tener unos tres meses de ruidos, polvo, música grupera a todo pulmón, pláticas también a gritos y muchas miradas indiscretas. Preveíamos lo que se venía, pero nunca imaginamos mi esposa, mis hijos y yo que tendríamos que pasar por el purgatorio que llevamos soportando ya por 12 meses, un año, una vuelta al sol del planeta. Mira, en ese entonces yo tenía 49 años y ahora ya cumplí los 50, y la construcción apenas va a la mitad, si bien nos va.
Yo le pregunté, sorprendido, cómo era posible que una obra durara tanto, y le comenté que con toda seguridad era un edificio de muchas plantas…
—No, para nada —me contestó airado, aunque no conmigo—. Es una casa común y corriente, aunque más grande que las vecinas, que tienen unos 150 metros cuadrados de terreno, contra los 300 de ésa. Pero tampoco es como para que se estén tardando tanto en hacerla.
—¿Y cuál será el motivo? —pregunté, conciliador.
—Pues debo decirte que han estado usando un modo constructivo diferente al tradicional de ladrillos, varillas, cemento y cal. Primero hicieron los cimientos, pero pusieron una plancha de cemento en toda la parte en que iría la edificación, y de ahí empezaron a colocar trabes de acero, hasta que tuvieron una armazón cuadrada, que empezaron a rellenar con ladrillos para ir dando forma a las paredes. Todo iba muy bien, hasta que de repente llegaron más soldadores que siguieron poniendo vigas y columnas de hierro por todas partes hasta que se hizo para nosotros un férreo rompecabezas al que no le veíamos los pies ni la cabeza.
Mi amigo empezó a mesarse los cabellos como mostrando desesperación, y siguió con su relato:
—Todo fue en adelante cortar metal por un lado y soldar fierros por el otro. Y así pasaron las semanas, los meses y ya hemos llegado al año sin que se le vea adelanto a la vivienda, y sin que en casa encontremos la paz, porque es todo el día de ruidos metálicos que le ponen a uno los cabellos de punta.
—A mí se me hace —culminó mi narrador su letanía— que el arquitecto o ingeniero que está haciendo la obra tiene el espíritu de Penélope, la esposa de Ulises, y hace que los trabajadores destejan en la noche todo lo que hicieron durante el día. Y así ni cómo.