jueves, diciembre 26, 2024

Corcholatas y unidad

Juegos de Poder

Cuando el PRI era todavía el partido hegemónico de México, asistí a varias de sus asambleas. Conseguía una invitación con el fin de observar lo que ahí sucedía. Como politólogo me parecía interesantísimo ver, de primera mano, las formas de aquel partido hegemónico que gobernó México por más de siete décadas.

El PRI era un partido de reglas formales y no escritas. El líder indiscutible del instituto político era el Presidente de la República. Él tomaba las decisiones más importantes. Hasta la Asamblea XVII en 1996 en que los asambleístas le pusieron candados a las candidaturas de puestos de elección popular, incluyendo la presidencial, con la complacencia explícita o implícita del presidente Zedillo. Cuatro años después, por primera vez en su historia, los priistas perderían la elección presidencial.

Una de las cosas que siempre me llamó la atención en las asambleas del PRI era el llamado reiterado a la unidad partidista. La palabra “unidad” no sólo la utilizaban todos los oradores, sino que frecuentemente los asambleístas la gritaban al unísono. “Unidad, unidad, unidad”, clamaban los priistas con enjundia.

Pues sí, para el PRI era fundamental la unidad. Ya había ocurrido la traumática fractura de un grupo de militantes distinguidos del partido, entre los que se encontraban Cuauhtémoc CárdenasPorfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, la famosa Corriente Democrática que puso en peligro la elección presidencial de 1988. Ni Salinas ni Zedillo querían otro rompimiento similar en su sexenio. De ahí los llamados permanentes a unirse.

No es fácil lograr la unión en un partido, sobre todo el mayoritario, como el PRI de antes. Si la elección de un gobernador o presidente la va a ganar este partido, lo importante se vuelve quién será su candidato. Ahí es donde ocurre la verdadera lucha de poder.

En las épocas del PRI, como ha demostrado Jorge G. Castañeda en su magnífico libro La herencia: arqueología de la sucesión presidencial en México, la disputa por la candidatura presidencial era feroz. En la superficie, todos los posibles candidatos se abrazaban y sonreían. Pero se daban durísimas patadas por debajo de la mesa; en no pocas ocasiones con funestas consecuencias para todo el país.

El único factor real de unidad que tenía el PRI era el Presidente de la República. Él contaba con los instrumentos para disciplinar y neutralizar a los políticos que no conseguían alguna candidatura. Era impresionante ver cómo, después del destape presidencial, los derrotados corrían a abrazar al ganador declarando que el partido había escogido al mejor hombre.

Ya en los noventa se hizo cada vez más difícil sostener estas prácticas. En 1993, cuando el partido (léase el presidente Salinas) destapó a ColosioManuel Camacho se rehusó a felicitarlo en público.

Cada vez eran más evidentes las grietas en el tricolor.

Y, en la medida en que se tornaba más difícil lograr la unidad, más gritaban esa palabrita los priistas.

He recordado esto ahora que las famosas corcholatas de Morena han asistido a las pasarelas con diputados y senadores de su partido.

Palabras de Claudia Sheinbaum: “Compañero que sea calumniado, compañero que tiene que ser defendido, porque ésa es la unidad y no lo digo por mí, lo digo por todos. Aquí estamos todos juntos, porque la crítica que nos hacen es al proyecto, no a la persona”.

De Marcelo Ebrard: “Nosotros siempre hemos abogado, luchado y actuado por la cohesión y la unidad”.

Dijo Adán Augusto López: “Quienes militamos en este partido, lo que queremos es eso, es que haya unidad, unidad de los grupos parlamentarios de diputados y senadores y que vayamos todo mundo. Se asoma ya una batalla que no va a ser fácil, que no debemos de confiarnos, yo creo que vamos a salir bien si estamos unidos”.

Y, sucinto, Ricardo Monreal: “Unidad, hermanos”.

Como ya dije, si algo aprendí de atestiguar algunas asambleas del PRI es que, cuando más se habla de unidad, más falta hace. Creo que algo similar le está ocurriendo a Morena. Las llamadas corcholatas” no están del todo seguras de qué van a hacer los perdedores de la candidatura presidencial. No es que vayan a romper con el partido, pero sí aplicar aquello de las “manos caídas”, es decir, no colaborar en nada para que gane la elección el candidato que designará el presidente López Obrador.

Por lo pronto, las corcholatas se sonríen y abrazan como “hermanos”. Sí, como Caín y Abel, que también eran hermanos y así terminaron. Los golpes por debajo de la mesa entre ellos ya están ocurriendo y serán cada vez más frecuentes en este 2023. A ver hasta dónde llegan.

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