“Cuando el río suena, algo lleva” reza una máxima popular escuchada en México desde hace muchas décadas, y como todos los refranes este encierra una gran sabiduría porque, recordando a Cervantes, en las chozas y cabañas de los pueblos el dolor hace entender mejor la realidad sin necesidad de palabras. De allí lo destacable de la Marcha Ciudadana organizada para el próximo domingo porque ha levantado mucha expectación e incluso molestias entre las fuerzas en pugna por el poder político, tal circunstancia invita a reflexionar sobre las causa y los efectos que pudiera ocasionar ese Movimiento Ciudadano. La trepidante realidad de nuestro tiempo está en vibrante contraste social, económico y político con el de la alborada de la segunda mitad del siglo XX, cuando la mayor parte de la población vivía en zonas rurales e iniciaba la marcha del campo hacia las ciudades, el peso guardaba una paridad cambiaria con el dólar de 12.50, el PRI tenía el monopolio de las elecciones, y debido a que quien parte y reparte se queda con la mayor parte, ganaba de todas, todas. El único partido de genuina oposición era Acción Nacional, porque el Partido Popular Socialista (registrado en 1948 por Vicente Lombardo Toledano como PP), el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM- creado en 1954 y registrado en 1957), fueron comparsas electorales del PRI, por lo cual se les conocía como partidos satélites pegados a la ubre presupuestal para aparentar una inexistente competencia democrática. Ese escenario formaba parte del teatro político de abierta simulación de un régimen democrático en nuestro país, aunque en los hechos siempre fue el predominio de un partido hegemónico, institucionalmente acuerpado por la Comisión Federal Electoral, creada en 1946 durante el gobierno de Ávila Camacho para organizar las elecciones en México. Fueron días, años, de vino y rosas para el PRI, que a su vez era comparsa de la presidencia imperial, de la “Dictadura Perfecta” como acertadamente la calificó Vargas Llosa en 1990. Esa expresión robusteció los intentos democratizadores de la oposición política del país (PAN_PRD y una gama extendida de partidos de izquierda) que, motivados por los resultados electorales de 1988, arreciaron la presión política en busca de un diseño electoral que garantizara elecciones limpias y equitativas en el país, en esa faena contaron con la significativa participación de destacados intelectuales y actores políticos que abonaron el camino para las reformas electorales que en 1990 dieron origen al Instituto Federal Electoral, cuya reestructuración fundamentadas en las sucesivas reformas de 1994 y 1996 “ciudadanizaron” al IFE y sacaron al gobierno del órgano electoral. Fue un gran logro, porque casi en correlato, a partir del nuevo formato, los partidos de oposición alcanzaron sonados triunfos electorales. Si tuviéramos que definir tiempos y circunstancias podríamos asegurar que a partir de la década de los años 90 la democracia en México se ha venido consolidando gracias al IFE, y a partir de 2014 al INE. Es decir, este órgano electoral es pulposo fruto del consenso entre las fuerzas políticas de la izquierda, del centro y de la derecha. Como obra humana, el INE es una Institución electoral perfectible, modificable al unísono de las circunstancias pero sin perder su condición de órgano autónomo, para darle a México elecciones justas, imparciales y de piso parejo para todos los participantes. Cuando la permanencia de esas virtudes están en riesgo, es deber ciudadano expresar su preocupación y rechazo a todo intento de menguarlo; ese es el espíritu que anima e impulsa a participar en la Gran Marcha Ciudadana por el INE el próximo domingo, no más, tampoco menos.