El Grupo Británico The Economist realizó un estudio acerca del desarrollo de la democracia en 167 países, el resultado señala a Rusia entre los de “mayor retroceso”, de América, destacan El Salvador, en el lugar 93, pero Cuba con 139, Nicaragua, 143 y Venezuela 147 ocupan el top de menor democracia. Chile en cambio está en el privilegiado stand de “democracias plenas”, con 19. Perú con 75 y México en el 89 se sitúan entre los países de “regímenes híbridos”. Según Wikipedia: “Un régimen híbrido es un tipo mixto de régimen político que a menudo se crea como resultado de una transición incompleta de un régimen autoritario a uno democrático. Los regímenes híbridos combinan características autocráticas con democráticas y pueden celebrar simultáneamente represiones políticas y elecciones regulares … Se caracterizan por una combinación de elementos democráticos y autoritarios. Son regímenes que adoptan la forma de democracia popular, con instituciones políticas formalmente democráticas que maquillan la realidad de la dominación autoritaria. Carecen de un área de competencia lo suficientemente abierta, libre y justa como para que el partido gobernante pueda ceder el poder de forma voluntaria si ya no cuenta con el favoritismo de la mayoría del electorado”. Por la seriedad de The Economist debe suponerse que su análisis es derivado de una investigación seria, de corte científico, y por tal condición no debe llevar dedicatoria para evitar el riesgo de ser calificada de sesgada, pues no agradará a quienes simpatizan con los gobiernos ubicados muy debajo en esa tabla comparativa. Ese análisis está a disposición de quienes se interesen en revisarlo y así cada quien podrá deducir según su criterio, sus filias y sus fobias. Por otro lado, el presidente López Obrador señala que el pueblo de México está politizado, pero no aporta las bases de ese aserto y en la realidad algunos indicadores señalan hacia la posición opuesta. Y así parece, porque el nivel de nuestra cultura política luce muy bajo; entendiendo como cultura política el grado de participación ciudadana en los asuntos públicos, la interacción de la sociedad civil con el sector gobierno, la exigua organización ciudadana para enfrentar las acciones de gobierno que no parezcan de conveniencia pública. Un indicador muy recurrente es el de la elevada abstención a la hora de emitir el voto para integrar gobierno y representación política, otra más es el bajo grado de concientización respecto al acontecer sociopolítico y la pírrica capacidad de organización para intervenir en la protesta pública, y qué decir de la proliferación de programas sociales imantados por el clientelismo político. También es revelador el desgaste e incapacidad de los partidos políticos para convocar a su militancia a la participación, notorio también su creciente pragmatismo, muy alejado de una noción ideológica identitaria; por lo demás, es evidente la desconfianza e indiferencia ciudadana respecto a las cúpulas partidistas (sería masoquismo creerle a Alito) de cuya convocatoria hacen caso omiso. Ante escenario tan democráticamente deprimente, se antoja difícil acompañar la tesis que postula una elevada politización política en México. Salvo mejor opinión, por supuesto.