Serpientes Y Escaleras
Salvador García Soto
El delirio, según el diccionario de la Real Academia Española, es la «acción y efecto de delirar», es también un «despropósito o disparate» y aplicado a la sicología y a la psiquiatría es una «confusión mental caracterizada por alucinaciones, reiteración de pensamientos absurdos e incoherencia». Hay, según la RAE, distintos tipos de delirios, el de Grandeza, por ejemplo, es «la actitud de una persona que se presenta con apariencia muy superior a la que realmente le corresponde», mientras que el delirio paranoide es un «síndrome atenuado de la paranoia caracterizado por egolatría, manía persecutoria, suspicacia y agresividad».
Todas y cada una de esas actitudes, conductas y comportamientos descritos en el diccionario del castellano, los hemos visto repetidamente en los cuatro años y medio de este gobierno. Lo mismo en las conferencias mañaneras del presidente López Obrador, desde Palacio Nacional, que en los discursos, acciones o declaraciones públicas de varios personajes e integrantes de la llamada 4T, por lo que, a juzgar por los hechos y las actuaciones públicas de los personajes de la actual clase gobernante, podemos afirmar que estamos viviendo un sexenio delirante.
Basta con ver lo ocurrido ayer en la conferencia matutina, en donde la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, que es toda ella una personalidad delirante, ocupó la tribuna del Poder Ejecutivo para lanzar una oda a Andrés Manuel López Obrador, un panegírico en forma de poema que inflamaba el ego del mandatario con palabras y metáforas que parecían describir a un santo o a un ser superior, iluminado y casi místico. Y el Presidente de México, al que llamaban «caballo de fuego, profeta de sandalias humildes y poeta innovador» escuchó atento, impávido e impertérrito, aquella muestra burda de culto a la personalidad, como aceptando con su silencio, su transmutación de líder político, a objeto de adoración, a redentor y Moisés iluminado, casi casi al «Santo Hermano Andrés».
«Tú, caballo de fuego, escribirás un nuevo decálogo del pueblo de bienestar, de oportunidad y de fraternidad indestructible. Y se cumple la profecía: un hombre que suele caminar junto a sandalias humildes, que entiende los diálogos de nuestra larguísima espera, un poeta innovador, un líder sin temores, llegó desafiante y legendario para darnos respuestas y más caminos de júbilo. Hermano Andrés, has venido a levantarnos del polvo, a derribar los pretextos y las escalinatas oscuras del olvido. Hermano Andrés, este corcel metálico que sólo un corazón intrépido como el tuyo, fue capaz de soñar y de parir, traerá desarrollo a nuestra tierra. Rescataremos nuestra lengua maya y nuestra cultura ancestral donde se conservan las pisadas de nuestro pueblo. Ese caballo de fuego, veloz y extraordinario, a quien trasplantaste tu alma, con su coraza metálica, traspasará las brechas del progreso sin fronteras, para que al fin llegue la justicia. Que el trueno del tren retumbe en la Península, subámonos al tren…Gracias Andrés presidente, por habernos dado la oportunidad de escribir un renglón en la larga historia de batallas pacíficas y eternas que tú has encabezado. Andrés Manuel, hijo del maíz y del rayo restaurador, hijo de los cuatro puntos cardinales, tú que llevas 32 soles en el alma, no olvides nunca cuánto te ama tu pueblo. Súbete al tren, Andrés Manuel te amamos».
Todo eso se escuchó ayer desde Palacio Nacional en la voz delirante de una Gobernadora acusada de violentar la ley practicando espionaje contra opositores políticos y directivos de empresas privadas, de manejar dinero en efectivo de origen público en su campaña en Campeche y de haber dejado tras su paso en la Alcaldía Álvaro Obregón una estela de corrupción en el manejo de contratos y el desvío de recursos públicos. Es la misma Layda Sansores que, hija de un viejo cacique del PRI y criada y formada bajo los privilegios y corruptelas del viejo sistema priista, hoy pretende instaurar una secta de adoración al «caballo de fuego, poeta innovador, hijo del maíz y de los cuatro puntos cardinales», a cambio de que la protejan y encubran en sus delitos y pésimo gobierno.
Y para confirmar que el delirio ya se instaló en Palacio Nacional desde hace rato, pero que hoy empieza a aflorar ya sin pudores y con total descaro, el propio presidente López Obrador declaró ayer en la misma mañanera que no hay ningún problema moral, ni mucho menos impedimento legal, en que él y Morena en el Congreso intenten imponer como la primera presidenta del INE a una «simpatizante de su movimiento», emparentada con su Secretaria del Trabajo y con la expresidenta del Consejo Nacional del partido gobernante:
«Si pertenece o simpatiza con nuestro movimiento no están impedidos si en los requisitos no está establecido… Es muy buena abogada, joven, tiene experiencia de que trabajó con nosotros en la Secretaría de Seguridad Pública y en Cofepris… Eso de la experiencia es relativo, lo importante es la honestidad», respondió ayer el Presidente cuando le preguntaron sobre las críticas a Bertha Alcalde Luján, la exfuncionaria de su gobierno que encabeza la quinteta para ser presidenta del INE y a quien, además de su cercanía y afinidad con la 4T, también se le cuestiona por su falta de experiencia y conocimiento de la materia electoral.
Así que nadie se sorprenda en los 18 meses que le restan a este gobierno y a López Obrador. Nos espera un fin de sexenio, ya no sólo caótico y problemático, sino también delirante. Con un Presidente que está dispuesto a todo para mantener el poder y que, en sus delirios, se cree predestinado para instaurar un nuevo régimen morenista que dure otros 75 años, como el viejo PRI que lo vio nacer y que lo inspira. Delirar, dice la RAE, es «desvariar, tener perturbada la razón por una enfermedad o una pasión violenta. Decir o hacer despropósitos y disparates». Eso es lo que hemos visto y lo que aún nos falta por ver de aquí al fin de sexenio… Los dados mandan Serpiente Doble. Caída libre.