Además del culto a la personalidad del presidente, cuyo ego fue inflado por la aclamación no sólo de cientos de miles de simpatizantes sino de toda la estructura morenista y de la 4T: gobernadores, diputados, senadores, alcaldes, dirigentes y secretarios de su gabinete que le desbordaron el Zócalo para halagarlo y mostrar su fuerza rumbo a las elecciones de este y el próximo año, el objetivo de López Obrador fue mandar un par de mensajes claros y contundentes: el primero, que sigue siendo un presidente con fuerte respaldo popular, aun en el ocaso de su mandato; y el segundo, que ya tiene definida su sucesión y quién le garantiza la continuidad directa de su movimiento, sin cambios, zigzagueos ni titubeos.
Y aunque no dijo nombres en su discurso y afirmó que «cualquiera de los aspirantes que resulte triunfador en la encuesta» de su partido aplicará su misma política y que está garantizada la «continuidad con cambio», el presidente dibujó entre líneas y con sus palabras el perfil de quien espera que lo suceda «sin zigzagueos, ni medias tintas» para darle continuidad a su movimiento.
Para el esbozo de su sucesor o sucesora, López Obrador volvió a recurrir al ejemplo de la sucesión del general Lázaro Cárdenas a quien elogió como el gran líder del pueblo que consolidó la Revolución con sus reformas, pero que al elegir a su sucesor, lo hizo presionado por el avance de la derecha y el riesgo de que retomaran el poder y, en lugar de su candidato Francisco Mújica, decidió apoyar a Manuel Ávila Camacho, que era más moderado y quien terminó abandonando «el auténtico ideal revolucionario y las acciones a favor del pueblo, para dar paso a alianza entre el poder político y el económico. Si con Porfirio Díaz imperaba la paz de los sepulcros, después del gobierno de Cárdenas se instauró la paz de las componendas y la corrupción», dijo en su mensaje el presidente.
Es decir, que el sábado en el Zócalo López Obrador dijo claramente que su decisión para el 2024 favorecerá a quien le garantice «continuidad con cambio», pero cuando habla de cambio no se refiera a un cambio político ni ideológico y mucho menos de sus reformas y políticas. Si acaso un cambio generacional y de género, como ha dicho en corto, y queda claro que cuando dice que «nada de zigzaguear» y «no a las medias tintas», el presidente está definiendo que su decisión será por quien le garantice que seguirá y profundizará sus reformas. Si Marcelo Ebrard ha dicho que él seguiría las políticas y reformas de AMLO, pero haría cambios; y si Adán Augusto López, con toda su cercanía, también ha mostrado un estilo más negociador y dialoguista que el del presidente, la única que encaja de manera perfecta en la descripción de continuidad directa y sin zigzagueos, es Claudia Sheinbaum.
Porque López Obrador habla muy bien del general Lázaro Cárdenas, cuyo hijo Cuauhtémoc y nieto Lázaro Cárdenas no se vieron por cierto en el mitin, pero se deslinda y se distingue de él en cuanto al manejo de su sucesión. Dice, sin decirlo, que, si bien el general cambió a su candidato para mantener la paz social, ante la amenaza de la derecha con Juan Andreu Almazán, al final no evitó un proceso sangriento con más de 30 muertos y que con Ávila Camacho, a quien se refiere como «moderado», se torcieron las importantes reformas sociales de Cárdenas y se truncó la Revolución. Entonces, es claro que el tabasqueño no confiará en los moderados y sí en quien le garantice una transición sin zigzagueos ni titubeos y que aplique su política «en favor del pueblo».
¿Quién de las tres corcholatas le garantiza más esa «continuidad con cambio» de la que habla, pero que no signifique un cambio en sus reformas ni en su política ideológica? Marcelo Ebrard es sin duda un gran aliado de confianza del presidente; Adán Augusto es su operador político de toda la confianza y un hermano; pero Claudia Sheinbaum es la hija que no tuvo y una copia fiel de sus radicalismos y obsesiones. Y en las sucesiones testamentarias directas sólo se hereda a los hijos y no al socio ni al hermano. Si a eso se le suma que Sheinbaum sigue punteando en la mayoría de las encuestas, no es tan difícil interpretar el mensaje del presidente el pasado sábado.
Porque al final su discurso fue netamente sobre la sucesión, su propia sucesión que acaparó el mayor tiempo, y al final un escueto mensaje de defensa de la soberanía contra Estados Unidos y sus políticos a los que llamó «hipócritas e irresponsables». Y lo que anuncia es una sucesión vertical, de padre a hija y no de padre a socio ni hermano, en la que él no va a zigzaguear (como al final sí lo hizo Lázaro Cárdenas) porque cualquier titubeo sería, en su lógica, abrirle la puerta a la derecha.
El único cambio que permitirá López Obrador en su sucesión de poder será el generacional y el de género, y por eso, el sábado en al Zócalo, por primera vez pasó de invocar el fantasma de la sucesión del general Cárdenas que ya ha mencionado en varias ocasiones como una mera anécdota, para volverlo una definición y un aviso de por qué elegirá a su candidata al 2024. El que quiera entenderlo, que entienda.