Mal traducido el término del inglés (porque debería ser “equidad de sexo”, dado que en nuestro idioma el género no se corresponde con el sexo, sino que es un accidente gramatical), la equidad de género se asentó en el imaginario colectivo y en el universo del discurso políticamente correcto a partir de los años 70 del siglo pasado, cuando el movimiento feminista experimentó un jalón hacia arriba que no ha culminado aún y que sigue obteniendo cada vez mejores condiciones para las mujeres, aunque todavía falta mucho por avanzar en este aspecto.
La equidad de género, cito, “se refiere a la idea de que todas las personas, independientemente de su género,” [sexo] “deben tener igualdad de oportunidades y derechos en todos los ámbitos de la vida, incluyendo el acceso a la educación, el empleo, la salud, la participación política y la toma de decisiones.”
Los movimientos en favor de la emancipación de la mujer han convivido con otras manifestaciones en favor de la igualdad de ciertas minorías, como las raciales o las notificadas por su preferencia sexual.
La mayoría de las corrientes antirracistas de los negros en Norteamérica (que los gringos llaman pudorosamente “afroamericanos) se unificaron con los grupos emancipadores feministas y ganaron juntos muchas batallas en favor de la integración y de la equidad.
Y hasta ahí todo va bien, muy bien, sin embargo, con la nueva nomenclatura para determinar las inclinaciones sexuales, empiezan darse ciertas particularidades.
Pondré primero el tuit siguiente:
“Un hombre que se autopercibe mujer denuncia ante el TEPJF a una mujer por no llamarlo mujer.
“Ahora la mujer denunciada es una supuesta ‘violentadora de género’ según el Tribunal.
“Se supone que la ley de ‘Violencia Política de Género’ se creó para proteger a las mujeres de los hombres violentos y ahora fue al revés.
“Por medio de la ley imponen la ideología de género y censuran la verdad biológica.
“Para eso van a usar la #Ley3de3 para bloquear a los opositores de la ideología de género.
“Todo el apoyo a @teresacastellmx.”
Lo anterior se refiere a la denuncia que interpuso la diputada trans de Morena Salma Luévano en contra de la diputada panista Teresa Castell.
Y aquí viene el intríngulis, porque la diputada trans, que nació hombre pero vive como mujer, exige que la ley le dé los derechos que corresponden al sexo femenino, aunque la ciencia aún no ha determinado que Salma esté en el sexo opuesto de manera clara y definitiva.
Yo considero que la razón la tiene la diputada mujer original, que ha sido culpabilizada por atacar a una “mujer hechiza”… pero si me permiten, continuaré en el “Sin tacto” de mañana.