¿Y si hablamos hoy de poesía, para dejar a un lado cuando menos por hoy y mañana el tema de la política que pueriliza nuestra vida, y por desgracia nos confronta a los mexicanos, divididos artificialmente entre liberales y conservadores, entre pobres y ricos, entre chairos y fifís?
¿Y si mejor nos dedicamos a recordar que la forma poética más cultivada por los escritores es el soneto? De él se han hecho cientos, miles de versiones y fueron los poetas del Siglo de Oro español los que lo hicieron famoso. Ahí quedan los poemas inmortales de Miguel de Cervantes y Saavedra, Félix Lope de Vega y Carpio, Francisco de Quevedo y Villegas, Luis de Góngora y Argote, Pedro Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega y en un pináculo especial nuestra Sor Juana Inés de la Cruz.
También son muy famosos los sonetos de arte mayor de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada del Premio Nobel chileno Pablo Neruda, y en México ha habido junto a la Décima Musa grandes cultivadores, como Octavio Paz, Renato Leduc, José Emilio Pacheco, Xavier Villaurrutia y Ricardo Yáñez.
El soneto es una composición poética con versos que pueden ser de ocho sílabas (soneto octosilábico), de once (soneto endecasílabo) o de 14 (soneto alejandrino). Está compuesto por 14 versos, divididos en dos cuartetos iniciales y dos tercetos finales.
Para dar ejemplos, empezaré por el Siglo de Oro. Primero, un soneto extraordinario de Luis de Góngora, en el que hace verdaderas cabriolas con las palabras. Lea despacio por favor estos versos, paladéelos, gócelos. Aquí está uno de los poemas más bellos de nuestro idioma.
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano.
Mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente al lilio bello;
Mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano.
Y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,
Goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
No sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Y Sor Juana, la divina, la inmortal:
Detente, sombra de mi bien esquivo
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes satisfecho
de que triunfa de mí tu tiranía;
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.