Estoy escribiendo sobre arquitectura en México y le doy un repaso desde la conquista hasta nuestros días. Al inicio básicamente se trata de arquitectura militar, después el maravilloso barroco, poco antes de la independencia inicia el neoclásico, y en el porfiriato cierra con el eclecticismo. Después viene arquitectura nacionalista, para dar con el funcionalismo y terminar la etapa postrevolucionaria con muralismo en la arquitectura y dar paso a la arquitectura de hoy en día.
Los primeros años de la independencia no dejaron gran legado artístico o arquitectónico, es con el porfiriato que empezó a construirse la idea de nación con sus hitos y elementos compositivos. El Ángel de la Independencia es un ejemplo perfecto, también el Palacio de Bellas Artes, posiblemente la postal más reconocida de la CDMX a la fecha.
Superados los traumas de la revolución vamos con el postmoderno de los ochentas y todo lo que vino después con el higtech y demás corrientes arquitectónicas actuales. En mi muy humilde opinión, la Revolución fue un retroceso de décadas. Espero no ofender a nadie, pero los héroes revolucionarios, el arte y la arquitectura son una completa pérdida de tiempo y retroceso. Villa fue un hampón, Obregón un asesino, Carranza un vivales y los demás unos ladrones sin más. En el arte, sé que más de uno se va a infartar, pero Rivera era un propagandista del poder y panfletario. En la arquitectura, yo hubiera preferido mil veces el Palacio Legislativo que se proyectó en el porfiriato que el armatroste del monumento a la revolución que se hizo en su lugar.
Se salva la Ciudad Universitaria de la mano de grandes arquitectos y de O´Gorman con su gigantesco mural de la Biblioteca Central, pero lo demás es pobre a muy pobre. El Palacio de Bellas Artes estuvo a punto de ser demolido porque no correspondía a los ideales de la Revolución, se mantuvo abandonado por varios años, se le consideraba una asquerosa obra del porfiriato.
Ahora lo que presumimos como lo mejor de la arquitectura mexicana corresponde al Barroco Novohispano, el Neoclásico de finales de la Colonia y las joyas eclécticas como el Palacio de Comunicaciones, el Palacio Postal y el de Bellas Artes del porfiriato. De ahí la Revolución destruye todo y es hasta ya entrados los finales de los cincuenta que regresa la arquitectura. La arquitectura nacionalista producto de la Revolución es de muy baja calidad. No me gusta cuando meten eso de la raza de bronce o la raza cósmica y lo de “Por mi raza hablará el espíritu”. Esas mujeres y hombres de piedra con mazorcas empuñadas me parecen horribles.
Después, en la etapa postrevolucionaria, de finales de los ochentas hasta el 2018, se presentó una arquitectura y un arte de extraordinaria calidad, se despojó de la ideología revolucionaria y estalló en mil formas y colores. La pintura, el cine, la literatura, arquitectura, música.
La ideología en las artes es un lastre muy pesado. Deja sin mensaje al artista, la única expresión posible es la que se dicta desde el poder. Todo es panfleto y repetición de discursos cansados y aburridos. La arquitectura son edificios con monigotes de piedra, héroes ajustados a una horrible estética y lo peor, ideas obsoletas que nos han mantenido en la pobreza y el atraso.
Si la ideología destruye las artes, lo mismo hace con las ciencias. Ahora la verdad se debe ajustar al discurso político, los planetas deben orbitar como el líder lo dispone, las matemáticas son las de los otros datos, la historia es la que interprete el partido. Todos perdemos, nadie gana. Solo es la narrativa del poder la que se impone.
Ahora, si la ideología hace tanto daño y nos ha causado tanto mal. ¿Por qué la metemos en los libros de texto?
Yo hubiera preferido poner a los niños y niñas mexicanas en chinga a aprender habilidades que van a necesitar en sus vidas, que ponerlos a aprender que López Obrador es un gran presidente, la Sheinbaum no tiene la culpa del Colegio Rebsamen y de la línea 12 del metro, o que Lorenzo Córdova es un promotor del fraude electoral y Calderón le robó la elección en el 2012.
Jodidos estamos, volvemos a la milpa y al vientre de nuestros miedos. Nos resistimos a enfrentar el mundo y decidimos hacernos uno a la medida de nuestra ignorancia e inseguridades.
Como nota al pie, en unos siglos, cuando los arqueólogos del futuro estudien el siglo XX en México, su conclusión será que éramos un pueblo que adoraba el chapopote. Los niños realizaban ofrendas el 18 de marzo a su Dios Chapopote y el gran sacerdote Lázaro Cárdenas. Posiblemente relacionadas con pocos días de diferencia con otra deidad, Cabeza de Juárez.
¡Carajo! Tenemos que atrevernos a enfrentar al mundo. Si podemos.
Y ojo, tan importante es ahora el discurso de razas y orígenes, que se discute quien o quien no tiene origen indígena.
Leves, que esto apenas empieza.
Jorge Flores Martínez
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