Cuentan que, ya ex presidente, al momento de rasurarse frente al espejo, Díaz Ordaz con encendido tono se auto calificaba: “¡qué pendejo!” con lo cual renegaba arrepentido su decisión de conferirle a Luis Echeverría la candidatura priista a la presidencia, le entregaba la estafeta para sucederlo porque lo consideraba genuino intérprete de su forma de gobernar, aunque pronto percibió lo contrario e incluso se rumoró acerca de su intención de cambiar de candidato en plena campaña. Pero, efectivamente ¿lo “engañó” Echeverría solo por mostrarse extraordinariamente dócil y dúctil a sus órdenes? Como haya sido fingía con gran capacidad histriónica. Lo cierto es que una vez cruzada sobre su pecho la banda presidencial Luis Echeverría actuó con una inusitada hiperactividad que lo mostraba muy distinto a su anterior caracterización de fiel burócrata dedicado cien por ciento a servirle al presidente. ¿Claudia Sheinbaum podría ser una reedición de aquel caso? Especularíamos si intentáramos una inferencia respecto al tema, aquí solo exponemos la similitud de actitudes entre un presidente y su sucesor, acaso motivados por la fijación histórica de cuando Calles dictaba órdenes de gobierno sin la oposición del presidente Pascual Ortiz Rubio y de su sucesor Abelardo Rodríguez, “aquí vive el presidente, pero quien manda vive enfrente” fue la frase lúdica que traducía esa realidad; a partir de aquel trance histórico en cada sucesión flotaba en el ambiente la interrogante acerca de cuál y cómo sería la relación entre el presidente y su sucesor, aunque debemos enfatizar que aquel “Maximato” no se ha replicado en nuestro país. En el caso actual, debemos acentuar que entre Díaz Ordaz y López Obrador media una distancia sideral en muchos sentidos, además, y aún debemos esperar al resultado electoral de 2024 para saber si Sheinbaum será la favorecida por el voto ciudadano o es vencida por el empuje opositor encabezado por Xóchitl Gálvez. No obstante, el tema sigue vigente, motivo por el cual, suponiéndola vencedora, intriga saber cuál será su actitud respecto al antecesor una vez rendida la correspondiente protesta de ley. Por la experiencia remanente de estos casos se formuló una frase de encerrada sapiencia: “uno es el subordinado, otro el candidato y otro el presidente”, pues está comprobado que entre la primera caracterización y la última no existe ningún grado de comparación.
En cuanto al impacto del comportamiento disruptivo de Marcelo Ebrard sobre la precampaña de Claudia Sheinbaum al escalar su protesta ante el Tribunal Electoral, un evocable símil recuerda la inconformidad de Manuel Camacho por el “destape” a favor de Colosio a finales de 1993, que introdujo un fuerte ingrediente de incertidumbre al extremo de obligar al presidente Salinas a declarar: “¡no se hagan bolas, el candidato es Colosio!”, con eso la actitud de Camacho empezó a perder peso. En el caso actual, Marcelo tiene en contra el tiempo, y poco a poco en la espesura de los acontecimientos su imagen se va desvaneciendo, por si no bastara, ahora ya está sujeto al veredicto del referido Tribunal, ya que en caso de que determine la validez del proceso de Morena lo privará de todo argumento. Marcelo paga caro su visible actitud de autosuficiencia al menospreciar al adversario, y pecó de ingenuo olvidando que no se enfrentaba a Sheinbaum sino al presidente. Por otra parte, al margen de esta piedra en el zapato, a doña Claudia se le presentan serios inconvenientes dignos de ser atendidos por asesores de experiencia, porque la candidatura de Omar García Harfuch a la Jefatura de Gobierno de la CDMX está provocando fuerte marejada al interior de su partido, y revelaciones relativos al caso de Ayotzinapa reflejan el nutrido fuego “amigo” en su contra, nada agravaría más los inicios de la campaña de doña Claudia que una frustrada precandidatura de su Jefe de Seguridad al gobierno de la CDMX. El epilogo de este episodio es de pronóstico reservado, tomando en cuenta que está en juego no solo la permanencia de Morena en el poder, también el destino inmediato del país.