En términos de pragmatismo político debemos coincidir en que la decisión de Dante Delgado de hacer participar a su partido, Movimiento Ciudadano, al margen de la estrategia aliancista opositora tiene como objetivo alcanzar un número aceptable de diputados federales para convertirse en una fuerza legislativa con derecho a negociaciones en el Congreso federal, es decir, el dueño de MC no se desvela con la disyuntiva acerca de qué fuerza política ganará la presidencia de la república, porque su atención se centra en el legislativo y correlativamente mantener el registro partidista en el INE. Nuestro régimen de gobierno es presidencialista, sin embargo la dinámica evolutiva en nuestro país, por la fuerza de los acontecimientos, nos acercan a un cambio orientado hacia el parlamentarismo, o sea, un Congreso convertido en el escenario de la disputa política y del proyecto del país, en el que las fuerzas en pugna deciden por la vía de la negociación para alcanzar la mayoría absoluta en pos de diseñar el camino a seguir. No es ocioso el exhorto del presidente López Obrador hacia su partido para obtener la mayoría absoluta en el Congreso y de esa manera conducir sobre aceitados rieles la transformación del país por la vía de un nuevo marco normativo.
Así el escenario, observamos dos corrientes diametralmente opuestas: la de Morena, empeñada en su propósito reformador, y el FAM esforzándose por detener esa vorágine de cambios que considera desaforados y sin destino asegurado para la población mexicana. En medio de esas fuerzas se localiza Movimiento Ciudadano, que se muestra ajeno a esa disputa, centrado principalmente en su objetivo, que no es otro sino aumentar su número de diputados para situarse como el gozne de las negociaciones, porque evidentemente está lejos de ser competitivo para ganar la presidencia; esta última condición también impulsa a engrosar sus filas en el Congreso. Por otro lado, el relevo de pruebas relativo a su participación como esquirol electoral lo demuestra su insuficiencia en candidato presidencial con arrastre ciudadano, ni modo que Samuel García (“que sabe ganar elecciones”, como sarcásticamente expresó Enrique Alfaro), consiga la atención de quienes militan en Morena y partidos adscritos, o de priistas y panistas, ni que decir perredistas. Con estas circunstancias de sustento es factible deducir que el pragmatismo político de la dirigencia de MC nada tiene que ver con el destino inmediato del país, lo suyo es posicionarse como fuerza política en el Congreso federal. Ser “fuerza disruptiva”, eso dicen.