No sé por qué recuerdo el golpe de Estado en Chile, ocurrido hace 50 años, viajando con mis abuelos paternos en la carretera México-Cuernavaca. Mi abuelo, marxista ortodoxo hasta el final de sus días, estaba desencajado. Los militares chilenos, con el apoyo del gobierno estadunidense, estaban tomando el poder a la fuerza. Salvador Allende se suicidaba en el Palacio de la Moneda. Comenzaba, así, la oscura noche de la dictadura chilena que duraría 17 años.
Las reformas orientadas hacia el mercado, en cambio, sí pusieron a Chile en un camino hacia la prosperidad económica. En pocos años se convirtió en la economía más dinámica de América Latina. No sin problemas, desde luego. Tuvieron que corregir algunos errores y excesos. Pero fueron exitosos.Lo más chocante es que este éxito económico le permitió quedarse más años al gobierno golpista de Pinochet. No olvidemos que, en el Plebiscito de 1988, el 44% de los chilenos votó a favor de que se quedara ocho más en el poder. Más de tres millones apoyaron en las urnas a un general golpista que pisoteaba cotidianamente los derechos humanos en su país.Los gobiernos democráticos que siguieron a Pinochet sostuvieron la misma política económica. Chile siguió por la senda hacia la prosperidad convirtiéndose en la economía latinoamericana con mayor probabilidad de alcanzar niveles de país desarrollado.En 1998 viví unos cuantos meses en Santiago. En Londres, por una orden de aprehensión del juez español Baltasar Garzón, había sido arrestado Pinochet. Yo vivía en el barrio donde estaba la embajada británica. Ahí se manifestaban los pinochetistas en contra de la detención. Los carabineros los dispersaban con gases lacrimógenos. A mi trabajo, que estaba detrás del Palacio de la Moneda, llegaba llorando. Ahí se manifestaban los antipinochetistas que demandaban justicia en contra del general golpista. Una vez más, los carabineros los enfrentaban de la misma forma. A mi casa regresaba llorando. Por todos lados me gaseaban. Cosas de vivir en un país tan polarizado.Ayer se cumplieron 50 años del terrible golpe de Estado en Chile. Me la pasé recordando todos estos momentos que me unen a ese magnífico país andino. Una cosa me queda clara: por más éxito económico que haya tenido el régimen de Pinochet, hasta mi muerte seguiré condenando cualquier autoritarismo, sea de izquierda o de derecha. A diferencia de mi abuelo, yo pienso que no hay mejor régimen político que la democracia liberal.