Según cree mi irredento optimismo, en el “Sin tacto” de ayer alcancé a explicar la diferencia que hacía Ferdinand de Saussure entre la “Lengua” y el “Habla”.
La primera es el diccionario y la gramática que llevamos en la mente, que al ser idénticos entre todos los hablantes permiten que nos entendamos. Que, por ejemplo, cuando yo digo “silla”, todos los hablantes de español saben que me estoy refiriendo al objeto que sirve para sentarse.
Y el Habla es el uso que 595 millones de seres humanos hacemos de nuestro idioma todos los días y en todos los lugares; un uso que modifica constantemente al idioma, muchas veces en contra de las reglas. Y dijo don Ferdinand que cuando una palabra cambia de manera general, se vuelve ley, y entra a la Lengua como regla.
Bueno, y explicó el suizo genial que al usar nuestro idioma lo estamos cambiando constantemente debido a varias razones. Enumero algunas:
1. La ley del menor esfuerzo. Al articular una palabra, movemos la lengua, abrimos o cerramos la garganta, hacemos vibrar las cuerdas vocales, pegamos o despegamos los labios y emitimos sonidos de diversas formas (nasalizado, oclusivo, vibrante). Eso nos cuesta un verdadero trabajo para la boca y sus elementos, y muchas veces al pronunciar cambiamos las letras o las emitimos de manera diferente, para facilitar el trabajo.
Pongo un ejemplo: la palabra “murciélago” en realidad era originalmente “murciégalo” -que viene del latín mur, ratón, y ciégalo, ciego- pero resulta más fácil, menos esforzado, decir murciélago, lo que se volvió común y ahora lo correcto es decir la palabra mal expresada.
[Por cierto, hay una leyenda urbana que dice que “murciélago” es la única palabra del español que contiene las cinco vocales. Nada más falso, hay cientos de ellas. ¿Ejemplos? Van: educativo, gubernativo, inocultable, neumático, etc.]
2. La influencia de otros idiomas. En el español que hablamos en México hemos integrado muchas palabras del inglés: sandwich, bullying, spot, etc., pero el náhuatl sigue siendo la lengua dominante en este terreno: usamos diariamente muchísimas palabras mexicas, que están incorporadas a nuestra vida: tomate, aguacate, metate, machote, papalote y miles de nombres de pueblos y ciudades.
3. El clima. Parece mentira, pero hay lingüistas que han demostrado que los acentos costeños se deben en buena parte al calor. La gente de las costas abre menos la boca para que no entre la temperatura alta.
Ya aclarado esto de los cambios del idioma, la conclusión a la que llegó nuestro creador de la semiología es que la costumbre es más fuerte que… la ley. Así que si todos cometemos el mismo error, ese cambio termina por convertirse en la regla.
Por eso cuando me preguntan ¿cómo se dice?, yo contesto simplemente: “Como lo dices tú y como lo dice la mayoría… aunque vaya en contra de la gramática”.