El abuso en contra de Mariana Rodríguez -esposa, madre e influencer-, es imperdonable. La sentencia contra ese delito debe ser ejemplar; la condena, un paradigma para quienes creen que el mundo no ha cambiado, que sigue siendo propiedad indivisible de los hombres, los machos, los dominadores (según ellos).
Si permitimos como sociedad que una mujer como Mariana, bienintencionada, guapa, trabajadora, se convierta en una víctima, estaremos regresando al pasado más oscuro, a los tiempos en que la humanidad fue solamente para una mitad, la menor, la menos inteligente, la menos madura, la de menor fortaleza orgánica (“El hombre es un animal de músculos grandes e ideas pequeñas”, podría haber dicho un Schopenhauer menos misógino).
Por eso debemos acusar al abusador, al que le ha faltado al respeto a Mariana de tal manera, al que ha intentado sobajarla.
Sí, Samuel García debe ser mandado ante un juez para que explique cómo se ha aprovechado de su esposa y de qué manera injusta se ha servido de la fama de ella en las redes para utilizarla como carne de cañón dentro de las campañas en las que él ha participado; para usarla como bandera a la que le quiere robar la simpatía popular y agenciársela, como ya lo hizo en Nuevo León en las elecciones que lo llevaron a ser Gobernador.
También debería responder el desfachatado muchachón por haber usado a la hija de ambos, la pequeña Mariel, como un elemento de propaganda para su imagen. ¿Qué padre sería tan insensible como para llevar a su bebé casi recién nacida a eventos multitudinarios, subirla a templetes hechos a las prisas, a traerla en medio de expertos de seguridad armados hasta los dientes?
¿Qué esposo insensato obligaría a su mujer en pleno puerperio a dejar el calor y la seguridad del hogar para llevar a su capullo apenas en flor a manifestaciones y mítines en donde además de las personas pululan las bacterias y los virus, las heladas y los malos vientos?
Samuel García es el peor de los maridos abusadores. A él le importa más los votos que le puede sumar Mariana que la seguridad y la tranquilidad de su familia naciente. Seguro desoyó los deseos de su pareja amorosa, de una gran mujer, que naturalmente quiere tener un hijo más, cuando menos, y perpetuar así la especie y su linaje.
Pero Samuel no tiene ninguna fineza. Él no es más que un ambicioso irrefrenable, un pobre sediento de más dinero y de poder. Sin ética, sin principios, sin amor.
Ahí está el verdadero abusador de Mariana.
¿Verdad, Presidente?