Lo que se juega México el año entrante es, simple y llanamente, su futuro como nación.
Por eso es que resulta tan preocupante el camino que están tomando los acontecimientos en el país: comunidades que toman justicia por mano propia ante la incompetencia y –peor aún- indolencia de autoridades a las que lo único que les importa es aferrarse al poder; un vacío absoluto de propuestas reales de alternativas de país por parte de quienes pretenden gobernarlo; y un régimen que se abalanza sobre las instituciones que lo fiscalizan y que le hacen contrapeso, en su infame intentona por restaurar la autocracia del peor priismo, pero ahora de color guinda.
Y nada parece poder ponerle freno. Mientras se avizora inevitable que una integrante del morenato arribe a la Suprema Corte de Justicia de la Nación como ministra, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación está a punto de ser tomado por otros personeros del régimen, con lo que el resultado de las elecciones del próximo 2 de junio pende de un hilo, pues la certeza que durante más de dos décadas garantizó el órgano jurisdiccional a los comicios está a punto de desaparecer.
Con todo y la evidencia de la corrupción y autoritarismo del obradorato, al menos hasta ahora tienen todo controlado. Incluido a un amplio segmento del electorado, cautivo gracias a los programas clientelares que probablemente le resuelven algo del día a día, pero que lo condenan a un futuro de dependencia de lo que cualquier gobierno quiera darles. Prebendas, migajas, más no oportunidades reales de desarrollo.
Aunado a ello, una oposición sin ideas, mezquina, únicamente preocupada por mantener parcelas de poder para sus dirigentes y que de seguir como va, le terminará entregando por completo el país a una pandilla dispuesta a destruir lo que, irónicamente, ayudó a construir los últimos 30 años, pero que ahora que está en el poder ya no le conviene, mostrando su verdadera naturaleza. Siempre ansiaron lo mismo que condenaban.
En medio de esto, se encuentra una ciudadanía que por un lado está ocupada en tratar de sobrevivir entre la violencia, la crisis y la desesperanza, y por otro se desentiende de lo que ocurre a su alrededor. “No me gusta la política”, suelen decir. Hasta que un huracán –político, financiero o de a de veras- arrasa con todo lo que tienen. Y entonces ya es demasiado tarde para hacer nada.
La lucha por el poder nunca es tersa ni pacífica. Está sumergida siempre dentro de un pozo de violencia, verbal o física. Pero a lo que hemos llegado como sociedad los últimos cinco años es a un escenario de quebranto social, de odio al que piensa, cree y vive diferente de tal magnitud, que será muy difícil reconstruir todo lo que se ha roto. Porque como sociedad nos hemos roto también.
Este podría ser el último año del México con amplias libertades políticas, acceso a la información, libertad de expresión y rendición de cuentas que hemos conocido y construido, a costo de sangre, en los últimos 30 años. Entre los restauradores del autoritarismo y los impresentables que les abrieron la puerta tienen al país en vilo.
La pregunta es si los habitantes de México lo vamos a permitir.
Asueto
La Rúbrica y su autor se tomarán un descanso por el resto del año para volver a su publicación en el mes de enero. A sus lectores y editores, gracias.
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