Por increíble que nos parezca en México estamos viviendo una época inconcebible cuando concluyó el siglo XX, como si al entrar al siglo XXI se hubieran abierto las puertas a los jinetes del apocalipsis, como si al abrir la Caja de Pandora salieron todos los males. No que la violencia fuera desconocida en el siglo pasado, tampoco que el pandillerismo, la drogadicción, el alcoholismo y la desintegración familiar sean engendros de este siglo, sino por su crecimiento exponencial al grado de poner en riesgo la convivencia pacífica en nuestro país. A todo esto, debe agregarse la irrupción de las redes sociales como ingrediente de entretenimiento en grado de ociosidad y herramienta de uso político. Ese paquete de menjurjes, combinado con la acentuada polarización política ha configurado un escenario social nunca antes imaginado: el crimen organizado se ha adueñado de buena parte del territorio nacional y ya compite al Estado el monopolio de la violencia, antes facultad exclusiva e inalienable del Estado-Nación. Por esto último durante el actual gobierno las cifras de homicidios producto de la violencia delincuencial se han incrementado como nunca, preocupante señal de una paulatina pérdida de control por parte del gobierno y muestra fehaciente del fracaso gubernamental para combatir a la delincuencia. “Abrazos, no balazos” es ya el símbolo de una derrota gubernamental por su obcecación de no variar esa fallida estrategia contra le delincuencia. Y como suele ocurrir en toda enfermedad humana los síntomas emergen cuando el mal está avanzado, así ocurrió en Texcaltitlán, estado de México, en donde como Fuente Ovejuna los agricultores del lugar decidieron exponer sus vidas para dar fin a la extorsión de que son objeto por células del crimen organizado y enfrentaron a los extorsionadores con saldo trágico. Llegaron a ese extremo porque ni la policía municipal, ni la estatal, tampoco la Guardia Nacional respondieron a sus llamados de protección. Catorce muertos, es el saldo de la masacre en Texcaltitlán, agréguense cinco más en Celaya, cinco desaparecidos en Ciudad Mendoza, ver., tres asesinados en Sonora, y muchos más en diferentes partes del territorio nacional como un paisaje permanente de nuestro entorno. El hecho de que las nuevas generaciones se vayan familiarizando con ese contexto social nos revela con claridad lo grave de la situación en el país. ¡Cuán dramática es la herencia generacional que testamos.
A esa calamidad, debemos añadir en duro contraste una noticia mediática y prácticamente insustancial: la señora Mariana Rodríguez Cantú, esposa del gobernador de Nuevo León se “destapó” como precandidata de Movimiento Ciudadano a la presidencia de Monterrey, revísense el impacto de esa “noticia” en las redes sociales y podremos advertir cómo insólitamente compite en atención con los macabros hechos de Texcaltitlán. Y mientras el país se desangra, nuestro presidente ya anda en abierta campaña en apoyo a la candidata de su partido induciendo miedo a la población que recibe beneficios de los programas sociales con el cuento de su desaparición si Morena no gana en 2024. No vamos bien, ojalá no venga lo peor.