Chafa es el muy mexicano adjetivo que a menudo me viene a la mente cuando pienso en el gobierno de López Obrador.
Chafa es la manera coloquial que, de acuerdo con la Real Academia Española, se denomina algo de “mala calidad”.
Perdón, pero este gobierno es muy chafa.
Bajo el disfraz de un supuesto antielitismo y el pretexto de la austeridad en el ejercicio de los recursos públicos, en realidad han bajado los estándares de calidad gubernamental.
Lo vemos en muchas obras y servicios.
Un ejemplo muy nítido es en los servicios aeroportuarios de la capital del país que, a diferencia de otras plazas donde está concesionado a empresas privadas, aquí lo opera el gobierno federal.
La administración pasada de Peña Nieto decidió construir un nuevo aeropuerto para sustituir al vetusto Benito Juárez, saturado desde hace varios lustros. El proyecto era ambicioso, como debía ser para un país como México, que pretende convertirse en una potencia económica.
Diseñado por el reconocido arquitecto Norman Foster, el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAIM) duplicaría la capacidad del Benito Juárez en su primera etapa, convirtiéndose en un centro de conexión (hub) entre América Latina y Estados Unidos.
Pero ya sabemos la historia. López Obrador lo canceló para mandar un mensaje de poder. Justificó la decisión por los altos costos y supuestos actos de corrupción. Ni uno ni otro argumento lo comprobaron empíricamente.
En su lugar, hicieron un aeropuerto chafa. De hecho, el inigualable humor mexicano lo ha bautizado como El Chaifa, en honor a su nombre oficial: el AIFA. Lo construyeron rápido, quedó al parecer bonito, pero es una mirruña comparado con lo que iba ser el NAIM, que tendría 96 posiciones de contacto en su primera etapa. El AIFA cuenta con 14, está lejos de la ciudad y tiene escasos vuelos diarios, ya que poca gente quiere usarlo.
Resultado: tenemos dos aeropuertos chafas. El arcaico Benito Juárez, saturado y cayéndose a pedazos, y el nuevo Felipe Ángeles, chiquito y vacío (chafa).
Eso sí, el Presidente presume su obra como una de las mejores del mundo. Claro, porque los que producen cosas chafas siempre hacen eso. Así lo define el Diccionario del Español de México: “chafa” es algo “que es malo, deficiente o de mala calidad; que presume de ser algo que no es o que no cumple con las expectativas que genera”.
Si me permiten el neologismo, así es el chafismo del Presidente.
Le encanta cacarear algo de pésima calidad como si fuera lo contrario.
Otro ejemplo nítido: los servicios de salud pública. Si de por sí eran deficientes antes de 2018, ahora han sufrido un deterioro sin precedentes. Clínicas y hospitales públicos se están cayendo a pedazos. Hay un desabasto generalizado de medicamentos. Todo el sistema es chafísimo. Y, sin embargo, López Obrador se atreve a caracterizarlo como mejor que el de Dinamarca.
Igual en educación. En lugar de subir, los estándares se han colapsado. Alguien me enseña la boleta de la SEP de su hija que está en tercero de primaria. Sólo cuatro materias: “lenguajes”, “saberes y pensamiento científico”, “ética, naturaleza y sociedades”, “de lo humano y lo comunitario”. No entiende nada. Pues sí: es una boleta chafa de un sistema educativo chafa.
El Presidente nombra una ministra de la Suprema Corte de Justicia también chafa. Es evidente que Lenia Batres no tiene las credenciales para ocupar ese puesto. No importa que su calidad sea deficiente. Lo relevante es que obedecerá las órdenes de Palacio Nacional. Se unirá a otra ministra chafa que plagió sus tesis de licenciatura y doctorado. Los estándares de calidad a la baja.
De esta forma, el principal tribunal jurisdiccional está en proceso de convertirse en una institución chafa, igual que el CIDE o como ya es la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
El Shinkansen es un tren bala eléctrico que se inauguró en 1964 en Japón. Viaja a 320 kilómetros por hora. Los ferrocarriles europeos eléctricos, no los de alta velocidad, van a más de 200 kilómetros por hora y llevan décadas operando. En México, AMLO construyó el Tren Maya con locomotoras híbridas de diésel y eléctricas. Su velocidad máxima es de 160 kilómetros por hora. Este ferrocarril no llega a estaciones en el centro de las ciudades, una de las grandes ventajas que tienen los trenes en países con tradición férrea. En suma, un proyecto chafa y, además, carísimo por las prisas con que se construyó.
El chafismo presume lo chafa como si fuera lo non plus ultra. La realidad es que los estándares de calidad gubernamental están en picada. No es que fueran buenísimos antes. Para nada. Pero el deterioro es palpable después de cinco años de un gobierno… chafa.