En un vano intento por desvanecer de la conciencia colectiva acerca de su intención de mantenerse vigente en la escena política nacional aún después del termino de su mandato, el presidente declaró: “En política… no hay títeres con poder”, “Nadie acepta cuando llega a un cargo público ser manipulado”. Sin embargo, en la historia nacional encontramos casos que confirman lo contrario, uno en Manuel González, quien fuera presidente de México durante el periodo 1880-1884 gracias a su compadre Porfirio Díaz, con la encomienda de “guardarle” el cargo a su regreso en el periodo gubernamental inmediato, tal como sucedió. Otro es el emblemático caso de Pascual Ortiz Rubio, presidente de México de 1930 a 1932, cuando renunció dejando la vergonzosa estela de subordinación a Plutarco Elías Calles, condensada en el ya histórico refrán: “aquí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”. Pese al nada edificante episodio otros presidentes han imaginado trascender con mando político su periodo, aunque con poco o nulo éxito: Echeverría tuvo esa tentación operando para dejar en la presidencia a su amigo de juventud José López Portillo, pero apenas este tomó posesión fue designado embajador ante la UNESCO y después en Australia. Dicen que Salinas de Gortari imaginó lo mismo con Ernesto Zedillo, quien en autodefensa comprendió que la mejor defensa es el ataque y procedió a encarcelar a Raúl Salinas, hermano de don Carlos, por la radicalización del desencuentro el expresidente prefirió abandonar el país en autoexilio. Ahora mismo cursa por la mente colectiva la hipotética intención presidencial de mantener “controlada” a Claudia Sheinbaum, en caso de que ella gane la elección en junio próximo ¿podrá López Obrador hacer realidad ese supuesto? Queda condicionado a: 1- que Sheinbaum gane la elección y 2- que se deje “titiretear”.
En la aldea veracruzana Fidel Herrera tuvo ese sueño, y para convertirlo en realidad hizo candidato y sucesor a Javier Duarte de Ochoa, quien nunca imaginó suceder en el cargo a su ex jefe y tutor; pero, además, subyacía otra poderosa razón favorable a Duarte: la necesidad de Herrera Beltrán de un gobierno sucesor que cubriera sus irregularidades en exceso, muy evidentes en el tema de la corrupción, que por cierto poco registro hubo en los medios gracias a la ignominiosa “procesión del silencio” auspiciada por un acentuado derroche y reparto de recurso público. Tras una elección de las más costosas que haya habido en la entidad (la de 2010 se distinguió por un despilfarro de recurso público para conseguir el voto a favor de Duarte), Fidel pudo tener un sucesor a modo y colateralmente se reactivó el prurito de trascender con poder su sexenio. Pero aquí resulta acertada la frase de AMLO: “nadie acepta cuando llega a un cargo público ser manipulado”, porque Duarte asumió su nueva posición política haciendo a un lado las tentaciones de su tutor, aunque debemos reconocer que le cubrió a la perfección las espaldas a su exjefe, lo cual abonó el camino para la francachela de poder, solo para pagar muy caro las consecuencias.