—¿Por qué tendríamos ir a la marcha del domingo 18 de febrero que están convocando las organizaciones ciudadanas en todo el país?
La pregunta me la hace un joven que votará por primera vez el próximo 2 de junio. En su rostro y sus palabras veo que con las mismas razones de siempre no lo voy a convencer, por eso trato de apelar a sentimientos y a argumentos que tengan que ver con su vida y sus gustos más sentidos.
—Mire usted, joven amigo —sé que le agrada que le hable de usted—, en primer lugar lo invito a que participe en la marcha que será una y la misma en más de 80 ciudades mexicanas y varias importantes del mundo, para que empiece a conocer la emoción de vivir los eventos ciudadanos. Por su edad, sé que participaba no hace mucho en desfiles –que son como una marcha, pero a la que hay que ir con uniforme y obligados- y ahora se podrá dar cuenta la diferencia de ir cómo quiera y el tiempo que quiera.
—Pero se me hace que son muy aburridas —me replica el muchacho, testarudo, en defensa de su tiempo libre y su albedrío—. Qué voy a ir a hacer ahí, entre puros viejitos desocupados y enojados con el Gobierno.
—Cuidado, mi amigo —ensayo una respuesta congruente—, que a esas manifestaciones va gente mayor, viejos, cierto, pero véalos cómo caminan con orgullo y alegría, con fe en el futuro que a ellos ya se les está acabando. Su júbilo es contagioso. ¿Sabe por qué? Pues porque están dando los últimos resquicios de su vida para que usted y sus amigas y amigos puedan tener un mejor país, condiciones de seguridad y buenos empleos.
—Y también acuden ciudadanos convencidos —insisto—, gente del pueblo que sale a gritar que no está a favor de López Obrador porque no vende sus conciencias a cambio de una limosna bimestral. Ah, y hermosas chicas llenas de garbo que levantan la voz para exigir que el Gobierno las cuide, que ya no sean acosadas, desaparecidas, violadas, asesinadas.
—¿Hermosas chicas? —musita el chamaco con un primer atisbo de interés en sus ojos vivarachos por fin—. ¿A poco van muchas?
—Sí, señor, os lo juro —remato en un tono de recitación del siglo pasado—. Pero no se trata de ir a ligar (aunque uno nunca sabe a quién puede encontrarse, porque es caprichoso el azar), sino de participar de la democracia viva, de hacer sentir tu voluntad y tus deseos de gritar tus verdades en plena avenida o en la plaza, sin que nadie te lo pueda prohibir, aunque estén ahí enfrente, amenazantes, los toletes de los pobres policías, que no saben que ellos también son pueblo.
—Pues se me hace que le entro, señor —me dice definitivamente, y sé que lo convencí no por mis palabras ni por mis razonamientos de gente mayor, sino porque todos estamos hasta la coronilla de esta situación que nos tiene entre la desesperanza, el enojo y el miedo, y finalmente terminamos transmitiendo todo los que llevamos en el incendio de nuestras nostalgias.
Allá nos vemos, el domingo 18 de febrero, en todas las plazas públicas de México.