Sus panegiristas consideran al presidente López Obrador como un consumado estratega político, con lo cual pudiera coincidirse en lo relativo a su diestro manejo de la mente colectiva, su habilidad para instalar en la opinión pública temas ad hoc para desviarla del dramático acontecer cotidiano que exhibe una realidad aturdida por los elevados índices de inseguridad, con masacres convertidas ya en un costumbrismo social en donde el crimen organizado gana cada día mayor territorio al Estado Mexicano. Pero relativo a asuntos de gobernanza destacan datos que nos remiten al tercer punto del Principio de Peter: “Si un empleado es el mejor en un puesto y lo ascienden, su nivel de competencia después del ascenso no siempre será mejor”. O sea, López Obrador logró su máximo rendimiento aplicándose en asuntos de política electoral, pero alcanzó su “máximo nivel de incompetencia” en el cargo que ahora ocupa. Toda gestión de gobierno es verificable para ser calificada según sus resultados y de acuerdo a las circunstancias, y en el caso de referencia ya es posible realizar un balance evaluativo de la actual administración federal, ya enrumbada hacia su ocaso final. Por cierto, somos testigos del nada subrepticio esfuerzo presidencial para acomodarle a la candidata presidencial de Morena todas las herramientas que le faciliten el triunfo electoral, lo cual remite al ámbito de la especulación un prurito de trascender en el mando, condición que induce a la interrogante acerca de si sería posible esa circunstancia en el hipotético caso de que la elección favoreciera a Claudia Sheinbaum. ¿Cómo sería una relación en la que quien lleva la banda presidencial se somete a un poder metaconstitucional?
En nuestra historia ya se produjo una situación en la que el presidente elegido popularmente (Pascual Ortiz Rubio (1930-1932) se sometió a las instrucciones del expresidente Plutarco Elías Calles (1924-1928), aunque no resistió esa indigna condición y presentó licencia para dejar el cargo; después, aunque en algunas sucesiones hubo intentonas, nunca cristalizaron porque el poder presidencial difícilmente se comparte, simplemente se ejerce. Claudia Sheinbaum es candidata presidencial, no tiene asegurado el triunfo y requiere necesariamente del apoyo de López Obrador casi como condición sine que non, si lograra el triunfo lo deberá al respaldo presidencial porque a Morena y aliados no les alcanza. ¿Esto la obligaría a permitir un poder tras del trono? Ortiz Rubio resistió dos años esa condición, si se cumpliera la hipótesis ¿Claudia Sheinbaum la aceptaría? En ese escenario hipotético que configuraría un país de democracia tercermundista ¿cuál sería el papel de la ciudadanía mexicana? Son muchas interrogantes, propias de un escenario incierto, pero nos inclinamos a imaginar una ciudadanía (o sea, el “pueblo”) volcada en apoyo a la presidenta, en caso, otro supuesto, de que se manifestase en rebeldía a actuar como una figura decorativa. Se dice en contundente frase : “la política es el arte de lo posible”, y en la realidad todo lo posible es factible. Conste, es solo una situación hipotética.