No he leído, ni pienso leer, el nuevo libro sobre Peña Nieto. Con todo respeto para el autor, el periodista Mario Maldonado, no me interesa conocer “los secretos del último presidente priista”. Para mí es un frívolo que pudo haber pasado a la historia como uno de los mejores mandatarios del país, pero que, por corrupto, acabó en el basurero de la historia.
Igualito que Carlos Salinas.
De hecho, peor, porque Peña debió aprender de Salinas y no lo hizo.
Eso fue precisamente lo que le dije a un alto funcionario peñista cuando me preguntó por qué estaba tan enojado con Peña cuando ellos habían hecho todas las reformas estructurales que yo apoyaba desde tiempo atrás.
El contexto es importante. Esto fue unas semanas después que había explotado el caso de la Casa Blanca. Ya era evidente lo que se rumoraba: a Peña le encantaba el dinero y estaba acumulando una riqueza inexplicable desde la Presidencia.
A pesar de los resultados espectaculares de sacar una agenda reformista tan ambiciosa durante los dos primeros años de su gobierno, el entonces Presidente ya aparecía como un corrupto más, del peor estilo priista.
“Ustedes no aprendieron de Salinas”, le respondí al encumbrado funcionario y le expliqué mi argumento:
PUBLICIDAD
Un Presidente que lleva a cabo reformas estructurales tan amplias y profundas toca intereses muy poderosos. Naturalmente, los afectados buscan todo lo que puedan encontrar para perjudicar al gobierno con el fin de defenderse y/o vengarse. Si algo nos enseña el caso de Salinas es que no se puede ser reformista y corrupto al mismo tiempo. Inevitablemente salen los casos de corrupción para manchar la imagen del Presidente que también ensucian a las reformas. No es casual que los reaccionarios equiparen al neoliberalismo con la corrupción.
De Salinas se esperaron hasta el final de su sexenio para golpearlo. A Peña, con lo de la Casa Blanca, lo agarraron comenzando su segundo tercio. El Presidente no iba a poder recuperarse por más control de daños que hicieran. Y, al final, las reformas se irían al caño.
Así ocurrió. No es que yo hubiera sido un profeta. La diferencia es que yo sí aprendí la lección de Salinas: no se puede ser reformista y corrupto al mismo tiempo.
No es casual, en este sentido, que López Obrador haya arrasado en las elecciones de 2018. Él representaba la reacción a estas reformas. Y claro que las equiparó con la tremenda corrupción que caracterizó el sexenio de Peña. El resultado: se echaron para atrás.
Vaya daño que le hizo Peña a México. Todo por su frivolidad y codicia. El mexiquense sí había aprendido el dictum del padre del Grupo Atlacomulco al que pertenecía: “Un político pobre es un pobre político”.
No sé, porque no pienso leer el libro de Maldonado, si el entrevistador le cuestionó una pregunta básica a Peña: ¿de qué vive?
El expresidente reside cómoda y lujosamente en Madrid y Punta Cana. Además, mantiene a su exesposa y sus hijos. Y no recibe pensión alguna del Estado. Entonces, ¿de dónde saca tanto dinero tomando en cuenta que en la totalidad de su carrera profesional fue un funcionario público que recibió sueldos que no checan con ese nivel de vida?
Ayer, en una columna memorable, Héctor Aguilar Camín le respondió a Peña una pregunta que le comentó a Maldonado de qué querían que hiciera para evitar el triunfo de López Obrador:
“Muchos hubiéramos querido —dice Héctor— que no interviniera en la elección de 2018, como intervino. Que no le hubiera inventado un delito al candidato del PAN, PRD y MC, Ricardo Anaya, como se lo inventó desde la Procuraduría […] Intervenir ilegalmente en las elecciones, como intervino, y entregar a la destrucción anticipada las cosas defendibles de su gobierno, a cambio de la inmunidad que le fue prometida, y cumplida, para tener la vida impune y cínica que tuvo en España. Hubiéramos querido legalidad y valor, en vez de complicidad y miedo con su sucesor”.
Suscribo.
López Obrador ganó y arrasó en 2018 gracias a Peña. A que éste no aprendió la lección de Salinas. A la estela de corrupción que dejó desde que tomó posesión como Presidente. Al quitar del camino, a la mala, a Anaya quien luego fue absuelto de los delitos imputados. A cómo salvó el pellejo con un pacto de impunidad con López Obrador, que hoy resulta muy creíble, cuando vio que su candidato José Antonio Meade no crecía en las encuestas. A que él y sus subordinados abandonaron la defensa de todas las reformas que marcaron sus dos primeros años de gobierno.
Peña pudo haber pasado a la historia como un gran presidente. Terminó siendo uno de los peores, pero con dinero.
X: @leozuckermann