De “posible montaje” califica el presidente López Obrador lo sucedido en Chiapas donde la candidata Claudia Sheinbaum fue interceptada por un grupo de encapuchados rogándole atienda los problemas de inseguridad que arruina la convivencia pacífica de la región: “si pasamos para allá, le dicen a Sheinbaum, a Frontera Comalapa, nos hacen pedacitos”, esa es una región escenario de sangrientos enfrentamientos entre el Cártel de Sinaloa y el Cártel Chiapas Guatemala. Esto último lo reconoce el presidente: “en efecto hay grupos que se están enfrentando, pero esto si es algo muy especial”, y pone en duda la identidad de quienes interceptaron a Sheinbaum porque, dijo, en esos casos nadie que proteste va con capucha. Para nadie es un secreto que con sus respectivos matices buena parte del territorio nacional es controlado por la delincuencia organizada sin que haya una efectiva reacción de las fuerzas del estado para recuperar el control perdido; si las consecuencias de esa aparente omisión se constriñeran al enfrentamiento entre cárteles sus efectos resultarían menos nocivos, pero anexos a esa lacra están el secuestro, la extorsión, el pago de piso, las desapariciones, etc., que ocasionan incertidumbre, elevada percepción de peligro con la consiguiente pérdida de calidad de vida. Ante ese panorama, a cinco meses de que concluya este periodo de gobierno ya no hay margen para el optimismo, por lo cual el ofrecimiento que hizo en campaña el actual presidente de dar fin a la violencia en México ya se inscribe en el renglón de los expedientes incumplidos.
Y sin embargo, el primer mandatario prosigue en su empeño de convencernos acerca de un México en paz, donde todo va bien, según sus datos, gracias a la exitosa estrategia de “abrazos y no balazos”, muy lamentable porque una gran porción de sus fieles seguidores pese a las señales inequívocas de la realidad aún le conceden crédito. Todavía en 2023 el presidente López Obrador repitió su estribillo: “me dejo de llamar Andrés Manuel si no resuelvo el desabasto de medicinas”, y en el mismo sentido lo ha repetido en el caso de la violencia, aunque ya con menor convicción por los elocuentes datos de una realidad que día a día aporta señales preocupantes sobre el imparable avance de la delincuencia, adueñada de Guerrero, de Sinaloa, de Sonora, Zacatecas, Guanajuato, Chiapas, Tamaulipas, Michoacán y Veracruz va por similar camino. Las estadísticas son elocuentes: del 1 de diciembre de 2018 al 21 de abril de 2024 se han registrado 184 mil 712 homicidios dolosos en México, cifra muy superior a los 130 mil 626 homicidios dolosos registrados en el gobierno de Peña Nieto, con esa tendencia es probable que al final del actual gobierno se alcance una cifra récord aproximada a los 200 mil homicidios dolosos. ¿Habrá forma de revertir ese dominio delincuencial? Sin duda, porque la fuera del Estado Mexicano supera a la de cualquier grupo, pero es al gobierno en turno al que corresponde poner orden y para eso se requiere de voluntad para hacerlo.